“A quien sólo ha vivido odio, hay que enseñarle a desear amor, que otra vida es posible”.
Por Fernando de Navascués
Lo cuenta José Manuel Cotelo, el famoso director de cine español con películas como Mary’ Land, La última cima o Footprints.
Tim era un niño que desde pequeño sufrió violencia en su casa. Su madre lo abandonó cuando apenas tenía tres años, y quedó al cuidado de su padre, el cual, tampoco era un modelo de persona. Pasaba gran parte de su vida borracho y casi, sin darse cuenta, en cada una de sus embriagueces pegaba al pobre Tim. En una de estas, su padre le ató a un poste eléctrico y le rompió 55 huesos. Estuvo casi tres años hospitalizado, y en ningún momento este hombre vino a verle.
Después estuvo en un orfanato, en bandas callejeras, fue violado, explotado para prostitución… Incluso en un momento dado y por error administrativo, lo pasaron a un hospital psiquiátrico, y después a un reformatorio, en el que aprendió a ejercer la fuerza del odio y la violencia, aún más si cabe.
Cuenta Tim que vivió durante años en una cárcel invisible. Una cárcel en la que te meten unos carceleros canallas que te dicen: “Tú eres malo, y lo serás toda tu vida, porque a ti te pegaron, y por eso tú pegarás”. O cuando te dicen: “Como tus padres se separaron, tú te separarás”, o “como tú has sido educado en el odio, tú odiarás”.
O en otro plano, más cercano quizá para muchos, pero igualmente nefasto, es la cárcel en la que mete un profesor a un alumno, o un padre a un hijo, cuando le dice: “El curso que viene tendrás problemas porque este año los has tenido…”.
Son los carceleros que intentan meternos en la cárcel de nuestro pasado para que no podamos salir de él. En el fondo se trata de una cárcel atea y ciega que niega la posibilidad de que Dios pueda actuar en la vida de una persona.
Un día, en medio de ese mundo de perdición en el que estaba, Tim Guénard fue a asaltar un banco. Parece ser que no era el primero. Y en ese momento escuchó que un padre decía a su hijo: “Hijo mío estoy muy orgulloso de ti”. Y vio como ese padre abrazaba, besaba y daba caricias a su hijo.
Parece ser que Tim quedó tan sorprendido que en vez de robar un banco, lo que hizo fue seguir al padre y al hijo para “robar amor”.
Ese papá nunca sabrá que el amor que le dio a su hijo fue lo que Dios usó para cambiar la vida y el corazón de Tim, para sacarle de su cárcel en la que estaba y de la que Dios quería liberarle.
Afortunadamente para Tim, su historia tuvo más momentos decisivos: como el de una juez que se apiadó de él y en vez de enviarle de nuevo a la cárcel le ofreció trabajar como escultor de gárgolas, o como el mendigo que, cuando aún era niño, le enseñó a leer y a escribir…
Ahora Tim es una persona que se dedica a dar a amor a todo el mundo, especialmente a sus cuatro hijos y a su mujer. Ahora dedica mucho tiempo a demostrar que cambiar es posible, que un historial de violencia no tiene por qué decidir el futuro, que es posible aprender a amar.
Tenemos que salir de la cárcel de nuestro pasado y aceptar que hoy puede cambiar nuestra vida completamente. Aunque vayamos perdiendo por goleada y los pronósticos sean totalmente contrarios, y haya alguien que te diga que tú no tienes solución. Eso es un error, es falso, pues, insisto, es negar la posibilidad de la acción de Dios en tu vida.
Cotelo, el cineasta, acaba diciendo: “Te invito a salir de la cárcel de nuestros errores, algunos cometidos por nosotros mismos y otros cometidos por otros. Cambiar la vida es posible hoy”. O como diría el propio Tim: “A quien sólo ha vivido odio, hay que enseñarle a desear amor, que otra vida es posible”.