El gran reto ahora es iniciar una época que construya una civilización ascendente y no una cultura en crisis. Nos toca la responsabilidad de proponer al evangelio con formas nuevas y con testimonios convincentes para que quien necesite sentido en su vida, se encuentre con la mirada de Jesucristo Salvador.
Por: P. José R. Valencia, L.C.
En el artículo pasado vimos los síntomas por los cuales podemos afirmar que estamos terminando una época. El gran reto ahora es iniciar una época que construya una civilización ascendente y no una cultura en crisis. El gran reto del catolicismo será proponer un camino atrayente y eficaz para construir la civilización del amor. Nos toca la responsabilidad de proponer al evangelio con formas nuevas y con testimonios convincentes para que quien necesite sentido en su vida, se encuentre con la mirada de Jesucristo Salvador. A mi me toca, de mí también depende…
La causa profunda del fin de esta época es la falta de Dios. Hemos aprendido a vivir, a optar, a planear “como si Dios no existiese”, como afirmó el Papa Benedicto XVI. Lo sagrado fue relegado, tachado de anticuado e inservible. La Iglesia, que es nuestra madre al pie de la cruz, se convirtió en algo prescindible, ante la cual podemos taparnos los ojos y dejar que se perdiera del horizonte. Chesterton con certeza afirmó que quien no cree en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa. Dinero, cuarzos, budismo, tecnología, progreso, o peor aún ¡nuestro ego!, tomaron el lugar de Dios. Y ahora nos sentimos desilusionados especialmente a partir de la pandemia del covid. Madre Teresa vislumbró el problema: “sin una intensa y abrasadora presencia de Dios, sin una vida de intimidad con Jesús honda e intensa, somos demasiado pobres…”. Nos sentimos desnudos, frágiles. Porque, ¿Qué es el hombre separado de Dios? (Sarah, Diat, & Miller, 2019).
¡Ha llegado el tiempo de creer! ¡vuelve a descubrir a Jesús! Necesitamos tener fe en la oración más que en las prisas, estrategias o en el ansia por tener el control. Confianza total y absoluta en Cristo con quien hemos tenido o podemos tener un encuentro personal, él es nuestra fuerza. San Pablo lo describía muy bien, “¿quién me separará del amor de Cristo?, ¿la desnudez?, ¿el dolor? Ningún poder me separará de Cristo (Rom 8,35). Somos frágiles pero hay un padre que vela por nosotros y que nos acompañará a través de los valles del sufrimiento y que es tan poderoso que puede extraer bien de los peores males (St. John Paul II, 1980). Como Jacob en el génesis (Gen 32, 23) que peleó con Dios, así nosotros debemos buscar arrancarle gracias y compasión a Dios en la oración. Hay gracias y dones que Dios tiene condicionados a nuestra súplica, fe y humildad. Como un papá que se conmueve ante su hijo que le pide, así nosotros debemos sumergirnos en la oración continuamente.
El mundo moderno otra vez ha renegado de Dios (Sarah et al., 2019). Como Noé en el diluvio necesitamos reconocer que hemos ido detrás de otros ídolos como el poder, el aparentar, el tener, el sentirnos como dioses. Debemos convertirnos al Señor de los Señores. Denunciar el pecado comenzando por el nuestro. Sólo un arrepentimiento desde lo más hondo puede arrancar la misericordia de Dios. Dejemos de criticarnos y destrozarnos unos a otros. Mujeres en contra de hombres o viceversa. Ciudadanos contra gobernantes o gobernantes que abusan de sus ciudadanos. Feligreses que exponen excesivamente las miserias de su madre la Iglesia. Pastores que causan daños y escándalos irreparables. Hay muchas razones para odiar, para gritar, para atacar. Pero el odio no reforma la Iglesia, ni la sociedad. El mal sólo puede generar más mal. Hay que vencer el mal con el bien (Rom 12,21). Dejemos atrás los errores, los rencores, las acusaciones e iniciemos por escuchar al otro y a Dios. Señor, ¿qué quieres de mí?…
Descubramos la necesidad de estar en salida, de evangelizar con audacia y creatividad. De amar a nuestros hermanos con una ternura, paciencia y detalle que sólo pueden brotar de la Eucaristía. Vivamos convencidos de que el amor es más fuerte, de que Cristo vence, de que esta vida no lo es todo. El final de la película aún no llega. Confiemos en que los jóvenes de esta nueva época tienen un gran potencial si les señalamos el camino. Son variados, flexibles, y les gusta colaborar. Pueden hacer muchas cosas a la vez y defender grandes ideales. Son la clave para globalizar la fraternidad, el amor, la caridad. Son realistas, saben soportar las imperfecciones de nuestro mundo y construir. Ellos están dispuestos a ir contracorriente, aunque los cataloguen como raros. Ya lo predecía T.S. Eliot: “en un mundo de fugitivos el que tome la dirección contraria pasará por desertor”. Hay que salvar el amor humano de la trágica deriva en la que ha caído (Sarah et al., 2019).
No tengas miedo de liberarte de la esclavitud del exceso de pantallas en tu vida, de las prisas que no te dejan reflexionar en el mejor camino. Escoge el camino de la oración, de la contemplación del rostro del crucificado. ¡Míralo a él para sembrar una nueva época! Pon los cimientos de la civilización del amor con tu entrega diaria en la escuela, trabajo o familia. Aprovecha la experiencia de comunidad que te brinda un equipo de apóstoles. Vive como si Dios existiese, apunta más alto. ¡Cristo vive! (Pope Francis, 2019)
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Referencias
Pope Francis. (2019). Christus vivit: Post-Synodal Exhortation to Young People and to the entire People of God. Retrieved June 12, 2019, from http://w2.vatican.va/content/francesco/en/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20190325_christus-vivit.html
Sarah, R., Diat, N., & Miller, M. J. (Translator). (2019). The day is now far spent. San Francisco: Ignatius Press.
St. John Paul II. (1980, November). Encyclical letter Dives in Misericordia. Retrieved June 19, 2020, from http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/en/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30111980_dives-in-misericordia.html
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