Si una persona confunde autoridad con autoritarismo, pronto se dará cuenta de que su liderazgo fracasará. La autoridad espiritual es un don para el servicio de otros, no un privilegio de uso personal.
Por Maleni Grider
En las familias, a menudo escuchamos que se dice “el respeto se gana”. Y es verdad, porque si nosotros no respetamos a los demás, tampoco recibiremos respeto de ellos. De igual modo, la autoridad se gana. Incluso Jesucristo, siendo el Hijo de Dios, ganó su autoridad sobre la tierra, con obediencia y sacrificio.
Como seres imperfectos, quizá debamos hacer un esfuerzo aún mayor para tener autoridad. Pero, ¿qué clase de autoridad es esa de la que estamos hablando? Autoridad espiritual. En un hogar, el esposo es la cabeza de la familia, así como Cristo es la cabeza de la iglesia. El esposo o padre es la máxima autoridad en la casa. Pero no es la única autoridad. También la esposa tiene autoridad sobre los hijos, y los hijos desarrollan autoridad espiritual en su propia vida, con el Espíritu de Dios.
Como cristianos, los hijos del Reino tenemos autoridad sobre el mal porque el amor del Padre nos ha sido dado, y su Espíritu vive dentro de nosotros, de modo que ya no vivimos esclavos sirviendo a las tinieblas en pecado, sino que ahora vivimos y servimos al Dios vivo, y a su Hijo Jesucristo, que nos trajo a la luz.
Sin embargo, en el mundo espiritual y el Reino de Dios, toda autoridad tiene un precio. Ahora vamos a mencionar cómo es que los creyentes logramos dicha autoridad.
Con integridad. Nadie puede respetar a una autoridad si ésta predica una cosa y hace otra. Si alguien nos habla de moral, pero es inmoral, no tiene autoridad.
Con humildad. La soberbia es una característica que no agrada a nadie. El verdadero líder no necesita impresionar ni sentirse superior, sólo la sencillez de espíritu transmite confianza a los demás y puede dar ejemplo de grandeza.
Con santidad. Si vivimos en pecado no podemos enseñar ni guiar a nadie. La santidad es el resultado de vivir llenos del Espíritu de Dios, a fin de cumplir nuestro propósito y función en la tierra.
Con obediencia. La rebeldía no es un ejemplo a seguir, pero la obediencia sí lo es. Si alguien pide obediencia a otros, pero no obedece, o si alguien pide sumisión, pero no se somete a ninguna ley, entonces tampoco tiene la autoridad para pedir sumisión.
Con amor. Un excelente liderazgo incluye amor. Sin amor, toda obra magnífica se reduce a nada. El amor es la base de todo servicio.
Con servicio. El líder es el primero que sirve. Incluso en una familia, el padre es quien sirve a sus hijos y a su esposa en un acto de amor, madurez, protección y humildad.
Con el ejemplo. Decir lo que es correcto es moderadamente fácil, pero ser quien pone el ejemplo es más complicado.
Con respeto. Una persona con autoridad genuina es notablemente respetuosa. Quien tiene autoritarismo ofende, es rudo, falta al respeto y abusa a menudo.
Con templanza. La autoridad espiritual no requiere de violencia, sino que se da en completa paz. Aquellos que tienen el respeto de los demás no se alteran, por el contrario, guardan un equilibrio duradero.
Incluso aquellos líderes a los que Dios levanta, y a quienes Dios llama o da autoridad como cabeza de sus hogares, han sido llamados a cumplir con todos estos requisitos bíblicos, para poder cumplir la misión tan grande que Dios les ha encomendado.
Si un hombre confunde autoridad con autoritarismo, pronto se dará cuenta de que su liderazgo fracasará. Nadie puede seguir a una persona que no tiene buen testimonio en su propia vida, ni integridad en su persona. Las multitudes seguían a Jesús porque veían sus obras, detectaban su compasión, escuchaban su mensaje de amor y percibían su actitud pacífica, su carácter de líder, su llenura del Espíritu Santo.
La autoridad espiritual es un don para el servicio de otros, no un privilegio de uso personal.