Regnum Christi México

Ante la tristeza: ¡alaba al Señor!

Regnum Christi

Así como es tu oración, así es tu unión con Dios.

Por Fernando de Navascués

Acabo de ver una película en el cine. Una de esas que te dejan intranquilo. Una historia descorazonadora, muy bien narrada y técnicamente muy bien conseguida, pero de las que te deja el corazón contrariado. Pienso que la vida ya tiene suficientes problemas como para ver una película que te haga sentir mal. Cuando vemos un filme buscamos una trama bien argumentada y que al final el bueno gane, aunque muera heroicamente, pero nunca que el vencedor sea el malo sin dejarte, si quiera, un resquicio para la esperanza.

El problema en esta película es que el malo, que es una verdadera encarnación del mal, acaba venciendo. Tendré que hablar con alguien sobre este personaje y que me ayude a resolver esta desazón, pero da la impresión de que el director nos quiere vender la frustración, la desesperanza y un sinsentido de todo lo bueno y que vale la pena en esta vida.

A diferencia del director y los guionistas de esta película, me reconforta pensar que al final de nuestra existencia sí habrá un final feliz, al menos así lo creemos quienes tenemos fe. Es verdad que ese final feliz vendrá después de una vida de esfuerzo y exigencia. San Ignacio de Loyola ya lo decía: debemos actuar como si todo dependiera de nosotros y confiar en Dios como si todo dependiera de Él.

Lo que me preocupa es que los que tenemos fe a veces vivimos como si no la tuviéramos y no damos el testimonio de Cristo que nuestro mundo necesita. El primer apostolado que debemos hacer es el de un testimonio alegre de hombres y mujeres que han tenido un encuentro con Él. Ser coherentes entre lo que creemos y vivimos. De alguna forma lo apunta San Pablo en esa conocida carta a los Corintios en la que dice que si no hay amor nada vale la pena: de nada sirve la pompa de las grandes obras sociales, los grandes números y los éxitos apostólicos, las grandes conferencias sobre la familia…, si al final pasamos ante el hermano necesitado y no somos capaces de hablarle de tú a tú de Cristo… Repasa I Corintios 13.

Cuenta San Juan María Vianney que el demonio le dijo una vez que si hubiera en Francia dos o tres hombres santos como él, su reino sería un desastre. Sin duda lo que más contraría al demonio es el testimonio de los cristianos, y lo que más le agrada es nuestra vida de mediocridad.

En esa búsqueda de la santidad, la Iglesia nos ofrece muchas ayudas. Indudablemente los sacramentos, la frecuencia en los sacramentos, mejor dicho, es sin duda la mejor arma contra el demonio, contra el mal, contra la tristeza…

En la reciente exhortación apostólica del Papa Francisco Gaudete et exsultate se hace referencia a numerosas ayudas para vivir la santidad. Con la genialidad de este Papa nos encontramos con una que, permítame la expresión, “exorciza” la tristeza que viene del pecado y del demonio. Me refiero al buen humor. Efectivamente, el Papa señala el buen humor con un signo distintivo de la santidad, signo de la presencia de Dios.

“El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es ‘gozo en el Espíritu Santo’ (Rm 14,17), porque ‘al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo, pues todo amante se goza en la unión con el amado […] De ahí que la consecuencia de la caridad sea el gozo” (ver Gaudete et exsultate nn. 122-128)

En conclusión, frente a películas desesperanzadoras como ésta -y sigo sin decir el título porque no quiero hacer la más mínima publicidad-, o los dramas de tantas vidas, creo que la alegre esperanza basada en Jesucristo y en su Evangelio, es algo que el cristiano tiene que aportar a este mundo.

Un último apunte: el famoso exorcista Gabriel Amorth, por cierto, un sacerdote con excelente humor, explicaba que le ayudaba mucho en su misión liberadora del demonio las plegarias de los grupos de la Renovación Carismática, caracterizados precisamente por su oración de alabanza. Y me pregunto yo: ¿alabamos al Señor con nuestros brazos levantados, y sobre todo con nuestro corazón levantado, como dice el salmo 62 (Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote… mis labios te alabarán jubilosos), o nuestra oración es monótona, aburrida y rutinaria centrada en nuestra perfección más que en dar gloria a Dios? Así como es tu oración, así es tu unión con Dios.

Ante la tristeza: ¡alaba al señor!

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