Nosotros somos la materia y Dios, el artista, quiere crear obras maestras con nosotros.
Por H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C.
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».”
(Mc 7,31-37 / XXIII Domingo Ordinario B)
Cuando yo estaba chiquito, había un programa que nos encantaba ver con mis hermanos: Art Attack. Creo que, para todo niño, la mejor parte del programa esa la imagen sorpresa que creaban en cada episodio. Usando todo tipo de objetos – desde lápices de colores hasta calcetines y camisetas – el artista realizaba una imagen sorpresa de tamaño gigante. La sensación que uno experimenta al ver esos segmentos es muy semejante a la de ver un artista en la calle con aerosoles o a alguien que hace un video tipo Hollywood con su celular. Es impresionante ver cómo alguien puede hacer obras maestras con los instrumentos más sencillos.
Todos sabemos que eso diferencia a un genio artístico del resto de nosotros mortales: nosotros quizá ni con todo el dinero del mundo podríamos hacer una obra maestra; él la puede crear con lo que sea que tenga a su disposición. El material que usa el artista puede ser lodo o basura, pero sus manos le van dando forma y le agregan todo el valor que podemos apreciar en la obra final.
Eso mismo hace Jesús con cada uno de nosotros: “lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso” (1Cor 1,26-27). Nosotros somos la materia: “eres polvo y al polvo volverás” (Gen 3,19). Y Dios, el artista, quiere crear obras maestras con nosotros. Él es capaz: no queda duda. Basta ver a nuestro alrededor para descubrir su talento. Lo único que nos separa de ser obras maestras es nuestra obstinación en rehusarnos a colaborar: ¡Qué ridículo sería que un poco de barro se sublevara contra el alfarero!