Motivemos en nuestros hogares el amor, el perdón y la reconciliación.
Por Maleni Grider
Una vida de consagración equivale a un esfuerzo de dedicación y hábitos cristianos. En su semántica, la palabra consagración implica un enfoque extremo, un ardor y un entusiasmo inusuales hacia algo. En términos de fe, consagrarse significa apartarse de otras cosas para dedicarse en cuerpo, alma y espíritu a las cosas de Dios.
La consagración es el camino hacia la santidad, que, como ya sabemos, significa separación del mundo y del pecado. La santidad no es sinónimo de perfección sino de renunciación a la vida mundana y a la tentación del pecado; una inclinación voluntaria y un amor profundo por el Señor y su divinidad, así como por su reino en el cielo y la tierra.
Un hábito es aquello que se practica por repetición, casi siempre de manera inconsciente. La consagración requiere de hábitos piadosos constantes, así como de una permanencia y una convicción inquebrantables. Estos pueden ser practicados de manera personal o en familia.
Definamos 7 componentes de la consagración a Dios:
Orar. Establecer una comunicación diaria e incesante con Dios, lo cual quiere decir dedicarle no sólo unos minutos al día sino una conversación constante con Él. Hablar y escucharlo.
Tener fe. Confiar en Él en todo. Confiar en su guía, su amor, su protección, su sabiduría y su provisión. Saber que siendo nuestro Padre nos dará todo lo que necesitamos, en cualquier situación o circunstancia.
Meditar. Recordar, pensar y reflexionar en su Palabra de manera constante, interesada y apasionada. Esforzarnos por encontrar la riqueza y los misterios de sus revelaciones, sus mensajes concretos, sus enseñanzas y su propósito particular para nuestra vida, a fin de crecer en el conocimiento de su existencia, su gracia y su poder infinitos.
Obedecer. Sin obediencia no puede haber consagración. Todo esfuerzo será echado por tierra sin obediencia a los mandamientos de Dios. En cierta forma, la obediencia es la prueba de una consagración verdadera.
Depender del Espíritu Santo. Si desarrollamos una relación estrecha con el Espíritu Santo, estaremos muy cerca de Dios. El Espíritu Santo nos hace sensibles a la voz de Dios, nos enseña todas las cosas, nos ayuda a discernir su Palabra, nos llena de todo lo necesario para tener relaciones de amor con nuestros semejantes, y nos prepara para que seamos capaces de compartir lo que hemos conocido y recibido.
Dar y ofrendar. Nunca debemos poner límites a lo que damos. “Dar hasta que duela”, dar llenos de gozo, dar confiando en que Dios seguirá proveyendo para nosotros, dar siempre a otros en actos de caridad motivados por el amor de Dios, dar a la iglesia y a los hijos de Dios, dar a todo aquel que lo necesite, en cualquier hora y en cualquier lugar.
Perdonar. Tal como nosotros hemos sido perdonados. Al practicar el perdón de manera diaria, sin importar el tamaño de las ofensas, empezaremos a parecernos un poco al Dios que adoramos. Sin perdón nuestra fe está muerta, nuestra consagración será estéril y no podrá nunca dar buen fruto.
Alentemos a nuestra familia a vivir una vida consagrada a Dios. Motivemos en nuestros hogares el amor, el perdón y la reconciliación. Leamos y vivamos el Evangelio. Compartamos con bendiciones que vengan sobre nuestra familia. No olvidemos que la consagración es para toda la vida, y cuanto antes comencemos mayor será nuestra cercanía con Dios.