La voluntad humana a menudo se opone a creer en los asuntos que no alcanza a comprender mediante el raciocinio.
Por Maleni Grider
La discusión entre filosofía y teología acerca de la fe reside entre: a) creer racionalmente, o b) activar la experiencia de vivir una relación cercana a Dios a través de la fe. Creer significa aceptar racionalmente algo como cierto. Es una decisión que a menudo se basa en la evidencia. La fe, por su parte, implica a la voluntad también, pero requiere de revelación y gracia.
El dilema entre si Dios existe o no es materia humana. Creer en la existencia de Dios no es exactamente tener una fe devotamente enfocada en los principios teológicos del cristianismo. Tener fe en Él significa incondicionalmente y sin evidencia aceptar que Dios existe y, por lo tanto, seguir sus estatutos. Si Dios es nuestro creador y tiene un plan para nosotros, no podemos concebir entonces vivir independientemente de Él, como seres no creados.
Pero al tener fe la gracia se ha manifestado, y el hombre espiritual es capaz de entender las cosas del espíritu. En toda la Escritura se muestra que el Espíritu Santo es el que enseña, guía, revela, interpreta, aconseja y evidencia la existencia de Dios, su intervención en la historia humana, su origen, su plan divino, su obra salvadora en la cruz, y sus profecías.
Jesucristo es el hijo de Dios, es Dios mismo, y es también el Salvador del mundo. El misterio de su naturaleza humana-divina es complejo, pero en este se concentra el dilema entre creer o no creer. Si Jesús es verdaderamente quien dijo que era, y quien la Biblia dice que es, toda discusión acerca de la fe debería terminar, pues no hay argumento humano que pueda rebasar a Dios.
Sin embargo, la voluntad humana a menudo se opone a creer en los asuntos de la teología que no alcanza a comprender mediante el raciocinio. Es ahí donde se requiere la intervención divina para otorgarnos la gracia de creer y así poder entender y aceptar los misterios de la fe.
No es lo mismo creer que querer creer. La fe filosófica termina o se limita al ámbito de la reflexión, mientras que la fe producto de la gracia es aquella que se somete a la autoridad divina, su ordenanza y su doctrina. Es decir, que la filosofía se limita al intelecto humano, mientras que la teología contiene la revelación del conocimiento acerca de Dios, o sea, lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo.
Es la fe, pues, el acto de la voluntad cuya ignición es la gracia, la que conduce al hombre a encontrarse con Dios, no sólo de manera reflexiva o contemplativa sino en una intimidad espiritual-orgánica en la que la manifestación de Dios y su Reino se construye en la única verdad no relativa, ya no a través de la creencia intelectual individual, sino de la fe que se activa, se expande y se identifica con otros individuos de fe, en un propósito universal.
Una cosa es creer en Dios, y otra cosa es creerle a Dios. Mientras la filosofía se plantea la posibilidad de la existencia de Dios desde la perspectiva humana, la teología nos enseña la cosmovisión de la vida humana desde las verdades absolutas e inamovibles de Dios. Pero nos toca a nosotros el someternos a la revelación del creador, o empeñarnos en vivir en los límites de nuestra valiosa pero corta humanidad.