Regnum Christi México

Custodiar el corazón

Regnum Christi
Debemos pedir la gracia de aprender a guardar el corazón. Es una sabiduría saber custodiar el corazón. Que el Señor nos ayude en esta tarea. Quien guarda su corazón, guarda un tesoro. Hermanos y hermanas, aprendamos a custodiar el corazón.

Catequesis del Papa Francisco sobre vicios y virtudes 1.
Audiencia general 27 de diciembre 2023

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera introducir un ciclo de catequesis sobre el tema de los vicios y las virtudes. Y podemos comenzar por el inicio mismo de la Biblia, donde el libro del Génesis, a través del relato de los progenitores, presenta la dinámica del mal y de la tentación. Pensemos en el paraíso terrenal. En el cuadro idílico que representa el Jardín del Edén, aparece un personaje que se convierte en el símbolo de la tentación: la serpiente, este personaje seductor. La serpiente es un animal insidioso: se mueve lentamente, deslizándose por el suelo, y a veces ni siquiera se nota su presencia, porque es silencioso y consigue mimetizarse bien con su entorno Sobre todo por eso es peligrosa.

Cuando inicia su diálogo con Adán y Eva, demuestra que también es un refinado dialéctico. Comienza como se hace en los malos chismes, con una pregunta maliciosa: “¿Es verdad que Dios dijo: No comerás de ningún árbol del jardín?” (Gn 3,1). La frase es falsa: Dios ofreció realmente al hombre y a la mujer todos los frutos del jardín, excepto los de un árbol concreto: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Esta prohibición no pretende prohibir al hombre el uso de la razón, como a veces se malinterpreta, sino que es una medida de sabiduría. Como si dijera: reconoce el límite, no te sientas dueño de todo, porque el orgullo es el principio de todos los males. El relato dice que Dios coloca a los progenitores como señores y guardianes de la creación, pero quiere preservarlos de la presunción de omnipotencia, de hacerse dueños del bien y del mal. Esta es una mala tentación, aún ahora, este es el escollo más peligroso para el corazón humano, del que debemos cuidarnos todos los días.

Como sabemos, Adán y Eva fueron incapaces de resistir la tentación de la serpiente. La idea de un Dios no tan bueno, que quería mantenerlos sometidos, se coló en sus mentes: de ahí el colapso de todo. Pronto los progenitores se dieron cuenta de que, así como el amor es recompensa en sí mismo, el mal es también castigo en sí mismo. No necesitarán los castigos de Dios para darse cuenta de que han obrado mal: serán sus propios actos los que destruirán el mundo de armonía en el que habían vivido hasta entonces. Creían que se asemejaban a los dioses, y en cambio se dan cuenta de que están desnudos, y de que también tienen tanto miedo: porque cuando el orgullo ha penetrado en el corazón, entonces ya nadie puede protegerse de la única criatura terrenal capaz de concebir el mal, es decir, el hombre.

Jesús nunca dialogó con el diablo; lo expulsó.

Con estos relatos, la Biblia nos explica que el mal no comienza en el hombre de forma estrepitosa, cuando un acto ya se ha manifestado, pero mucho antes, cuando uno comienza a entretenerse con él, a adormecerlo con la imaginación y los pensamientos, acabando siendo atrapados por sus halagos. El asesinato de Abel no comenzó con una piedra arrojada, sino con el rencor que Caín guardaba perversamente, convirtiéndolo en un monstruo en su interior. También en este caso, de nada sirven los consejos de Dios: “El pecado está agazapado a tu puerta; hacia ti se dirige su instinto, pero tú lo dominarás” (Gn 4,7).

Con el diablo, queridos hermanos y hermanas, no se discute¡Nunca! No se debe discutir nunca. Jesús nunca dialogó con el diablo; lo expulsó. Cuando fue tentado en el desierto, no respondió con el diálogo; simplemente respondió con las palabras de la Sagrada Escritura, con la Palabra de Dios. Estén atentos, el diablo es un seductor. Nunca dialogar con él, porque él es más astuto que todos nosotros y nos la hará pagar. Cuando llegue la tentación, nunca dialogues! Cerrar la puerta, cerrar la ventana, cerrar el corazón. Y así, nos defendemos contra esta seducción, porque el diablo es astuto, es inteligente. Intentó tentar Jesús con citas bíblicas! Se presentó como gran teólogo. Con el diablo no debemos conversar. ¿Habéis entendido bien? Estén atentos. Con el diablo no debemos conversar, y con la tentación no debemos dialogar. No debemos conversar. La tentación llega: cerremos la puerta, guardemos el corazón. Es capaz de disfrazar el mal bajo una invisible máscara de bien. Por eso hay que estar siempre alerta, cerrando inmediatamente el más mínimo resquicio cuando intenta penetrar en nosotros. Hay personas que han caído en adicciones que ya no pudieron superar (drogas, alcoholismo, ludopatía) sólo porque subestimaron un riesgo. Se creyeron fuertes en una batalla de nada, pero en lugar de eso acabaron siendo presa de un enemigo poderoso. Cuando el mal arraiga en nosotros, entonces toma el nombre de vicio, y es una mala hierba difícil de erradicar. Sólo se consigue a costa de un duro trabajo.

Quien guarda su corazón, guarda un tesoro.

Uno debe ser el guardián de su propio corazón. Esta es la recomendación que encontramos en varios padres del desierto: hombres que dejaron el mundo para vivir en oración y caridad fraterna. El desierto -decían- es un lugar que nos ahorra algunas batallas: la de los ojos, la de la lengua y la de los oídos, sólo queda una última batalla, la más difícil de todas, la del corazón. Ante cada pensamiento y cada deseo que surgen en la mente y en el corazón, el cristiano actúa como un sabio guardián, y lo interroga para saber por dónde ha venido: si de Dios o de su Adversario. Si viene de Dios, hay que acogerlo, pues es el principio de la felicidad. Pero si viene del Adversario, sólo es cizaña, sólo es contaminación, y aunque su semilla nos parezca pequeña, una vez que eche raíces descubriremos en nosotros las largas ramas del vicio y de la infelicidad. El éxito de toda batalla espiritual se juega en su comienzo: en velar siempre por nuestro corazón.

Debemos pedir la gracia de aprender a guardar el corazón. Es una sabiduría saber custodiar el corazón. Que el Señor nos ayude en esta tarea. Quien guarda su corazón, guarda un tesoro. Hermanos y hermanas, aprendamos a custodiar el corazón. Gracias.

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