Su aliento nos impulsa cada día y podemos continuar buscando y pidiendo su presencia nos invada con poder transformador.
Maleni Grider
Si dieras a conocer tu Nombre a tus contrarios,
sería como llama que prende en las ramas secas
o como el agua que borbotea en el fuego,
y las naciones temblarían en tu presencia
al verte realizar prodigios inesperados.
Nunca se escuchó, ningún oído oyó,
ni ojo alguno ha visto que un Dios, fuera de ti,
hiciera tanto en favor de quienes confían en él.
Isaías 64:1-3
Ruah, en hebreo, significa “espíritu”, también tiene el sentido de “viento o aliento”. Se refiere casi siempre al Espíritu de Dios (Ruáj Ha Kodesh), aunque también a la fuerza de emociones, voluntad humana, o viento. En griego es pneuma. En el Antiguo Testamento esta palabra, ruah, aparece casi cuatrocientas veces
Fue ese aliento el que impulsó a la creación a existir, y el que anteriormente flotaba sobre las aguas; fue ese aliento el que sopló e hizo nacer al primer hombre (Adán), con toda la perfección con que fue creado, pues él estaba destinado a no morir nunca, a ser eterno como su mismo Creador (sin ser igual a Él), sin embargo, el pecado cambió su destino.
Este fuerte viento del este dividió el Mar Rojo e hizo que se produjera una ancha franja seca para que Israel pasara y se librara de su verdugo, el faraón de Egipto (Éxodo 14:21) El Señor puede soplar sobre las personas (Isaías 42:5), y también puede soplar vida sobre cuerpos sin vida, o sobre huesos secos: “Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies…” (Ezequiel 37:9-10).
Ese mismo Espíritu puede sostener a una persona en su enfermedad (Prov. 18:14) Job, el hombre paciente de la Biblia, menciona a ruah de esta manera: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”. (Job 33:4) Dicha fuerza puede crecer o decrecer, puede ser disminuida o renovada. Tal fue el caso de Sansón, quien recuperó su espíritu (fuerza) y revivió a través de un trago de agua de la cuenca en Lehi, donde Dios hizo saltar el líquido para reanimarlo.
Ese aliento de vida se va cuando una persona vuelve a la tierra; pero su poder es creador de vida y renueva la faz de la tierra cuando Dios así lo ordena (Salmos 104:29 y 30). El ruah hizo en María a Jesús: “Contestó el ángel: ‘El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios’.” (Lucas 1:35)
Asimismo, cuando Jesús ordenó a Lázaro salir de la tumba, el aliento de vida que lo levantó fue ruah, y ese mismo poder levantó a Jesús de la muerte y lo hizo resucitar. Es Espíritu de Dios el que habló a los profetas, pero en el Antiguo Testamento, el Espíritu permanecía en ellos sólo temporalmente. A partir de la venida de Cristo, y su gracia, el Espíritu Santo permanece en nosotros mediante la fe y la santidad.
Nuestro Dios ha obrado maravillas a través de los siglos. Su Palabra está llena de milagros y manifestaciones de su poder. Basta con una corta lectura de sus capítulos para encontrar la fuerza de ruah obrando en diferentes personas y circunstancias. Hoy podemos clamar al Espíritu de Dios que se manifieste en nosotros, que venga a nuestra vida y nos llene de su poder. Lo impactante es que este mismo Espíritu es el que se manifestó en Jesús y vino a la iglesia en Jerusalén, como un viento poderoso, para llenar de autoridad a los apóstoles fundadores.
Paráclitos (Parkletos) es el Espíritu que Cristo prometió que vendría en su lugar. Él habita hoy en nosotros. Su aliento nos impulsa cada día y podemos continuar buscando y pidiendo su presencia nos invada con poder transformador, a fin de que se manifiesten en nosotros sus frutos: sabiduría, inteligencia, consejo, conocimiento y temor de Dios (Isaías 11:2); amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, fe (Gálatas 5:22); y también sus dones (1 Corintios 12).
Puede fortalecer, consolar, sanar, dar vida donde hay muerte, dar gozo donde hay tristeza, dar restauración donde hay quebranto, dar sabiduría donde hay confusión, dar liberación donde hay esclavitud, dar provisión donde hay pobreza, dar la victoria donde hay peligro de derrota.
Nuestro Dios ha hecho grandes prodigios. ¡Él es extraordinariamente Dios!