Ya sea como fundador de clubes masculinos, como misionero o como capellán; ha ayudado a muchos jóvenes y adolescentes a acercarse a su fe.
Por María Fernanda Bello
Era un día especial para los miembros de la Iglesia Católica. Un pequeño niño, de siete años de edad, estaba listo para hacer su Primera Comunión. Se trataba de Vicente Durán.
A lo largo de la ceremonia rompió todos los protocolos. Llegó al altar antes que el sacerdote, e incluso desapareció durante la acción de gracias. Pero no desapareció por cualquier motivo. Estaba haciendo a la Virgen una petición muy especial: el regalo de ser sacerdote.
Hoy en día, Vicente recuerda esa anécdota como una de las favoritas de su niñez, al tiempo que califica ésta como una etapa muy activa. De niño era inquieto y travieso. De hecho, era él quien organizaba las travesuras, aunque sin participar. Era, como dicen algunos, la mente maestra detrás de los actos.
A pesar de esto, dentro de su corazón, siempre hubo una fe tan sencilla como grande. “Yo recuerdo que siempre invocaba a Dios nuestro señor, rezaba. Tenía mis rezos particulares.”
Durán (nacido en León, Guanajuato, en 1971) fue el segundo de cinco hermanos. Incluido él, tres de ellos hombres, y siendo las mujeres la mayor y la menor del grupo. Creció dentro de esta familia tradicional y católica practicante.
Mientras crecía, la espiritualidad se combinaba, chuscamente, con momentos de la vida diaria. Como aquel día en sexto de primaria en el que, en vez de apartar la cancha de futbol, aceptó la invitación de las niñas de la generación para ir a comulgar.
El primer llamado
La vida espiritual que lo caracterizaba hizo que, a muy corta edad, sintiera el llamado a la vocación sacerdotal. Después de su Primera Comunión, recuerda una ocasión en concreto en la que esto sucedió con mayor fuerza.
Estuvo en esa misma escuela hasta sexto de primaria, porque todavía no había secundaria para varones. Después se fue a la Salle en donde, después medio año, le dieron las gracias. Durante ese año que estaría terminando primero de secundaria (aunque tendría que repetirlo), fueron los sacerdotes legionarios de Cristo a su casa, y en menos de 24 horas ya estaba en el seminario Centro Vocacional.
También, sus primos fueron un medio para que él entrara al seminario. Uno de ellos, que ya estaba dentro, lo invitó a irse a estudiar a la Ciudad de México. Vicente ya intuía que esta invitación implicaba irse al seminario. De hecho, por azares del destino, ninguno de sus primos decidió continuar, y fue él quien decidió seguir con el proceso de discernimiento.
Desde su niñez, y durante su vida como seminarista, hubo una persona que fue su mayor inspiración: San Juan Pablo II. Lo que más admiraba de él: su trabajo con los jóvenes. La vida le sonrió, ya que tuvo la oportunidad de saludarlo personalmente, estar presente en una de sus misas y acolitar la Vigilia Pascual de 2014, precedida por su Santidad.
El gran sí
El gran día llegó para Vicente. El 19 de marzo de 2004, a la una de la tarde, lo mandó llamar su superior para informarle que fue aceptado a las sagradas órdenes, que debía meditarlo y escribir una carta al director general. Se fue a la capilla, le agradeció a Dios y escribió su carta manuscrita pidiendo libremente las sagradas órdenes.
Después, hizo una llamada telefónica a sus papás, quienes siempre estuvieron al pendiente de él y apoyando sus decisiones.
El 29 de junio de 2004 fue ordenado diácono en la ciudad de Roma, el día de San Pedro y San Pablo. Finalmente, el 25 de noviembre del mismo año recibe la orden sacerdotal en la iglesia de Santa María la Mayor.
El trabajo con los jóvenes
Después de su ordenación, los votos de obediencia han llevado a Vicente a trabajar por muchos caminos. Sin embargo, un factor común a lo largo de su carrera ha sido el trabajo con los jóvenes. El impacto del sacerdote ha sido mucho más grande de lo que a veces él mismo alcanza a vislumbrar.
Ya sea como fundador de clubes masculinos, como misionero con Juventud y Familia Misionera, o como capellán de diversas secundarias y preparatorias; el padre Vicente ha ayudado a muchos jóvenes y adolescentes a acercarse a su fe.
A Mariana Ramírez, estudiante de la Universidad Anáhuac México Norte, le sorprende como le ha ayudado la manera que tiene el padre de dirigirse a las personas de su edad. “A parte de hacer sus homilías cortitas, las hacía derechito y al punto. Bueno, todavía las hace. Gracias a él empecé a poner atención en misa y a vivirla realmente. Ahora casi nunca lo veo, pero lo estimo mucho.”
“Agradezco tener al Padre Vicente como un guía, que no solamente me ha ayudado en mi vida espiritual, sino también en mi día a día a seguir el camino correcto y a saber cómo debo ser con mi familia, amigos, Dios; pero sobre todo conmigo mismo. Sin duda alguna, es alguien a quien admiro y es un reflejo de Jesucristo”, dijo Rafael García Cano, quien fue uno de sus feligreses en el Instituto Cumbres Toluca.
Durán afirma haber encontrado en su sacerdocio la plenitud. Su historia seguramente continuará orientando a chicos y grandes para que encuentren su propia plenitud, en cualquier vocación que ésta se les presente.