Allí está Él, esperándonos. Él quiere ser nuestro alimento, nuestra fuerza, nuestro refugio, nuestra alegría. Necesitamos alimentar nuestro espíritu.
Por H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C.
“Los judíos murmuraban de él porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».”
(Jn 6,41-51 / XIX Domingo Ordinario B)
Todos necesitamos comer. Tenemos que alimentarnos para vivir. También hay que hacer ejercicio, estudiar, socializar, trabajar, descansar. Pero sin comida, nos morimos: no tiene ni sentido pensar en todo lo demás. Esas son las cosas esenciales en la vida: hay que comer para vivir. Y para vivir bien, hay que comer bien.
“No sólo de pan vive el hombre”, nos dijo Jesús, “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Hay que comer bien para vivir bien: huevitos, fruta, ensalada, pechugas de pollo a la parrilla, un lomito de res, un filete de salmón o de atún, más verduras y ensalada… Pero eso no es todo: falta el alimento principal, el alimento espiritual. El alimento material nos mantiene vivos, pero “vivir, vivir”… sólo con el Pan de Vida, el Pan bajado del cielo.
Allí está Él, esperándonos. Él quiere ser nuestro alimento, nuestra fuerza, nuestro refugio, nuestra alegría. Necesitamos alimentar nuestro espíritu. Una vida que no sea plena no vale la pena ser vivida. Cuando alguien no come, decimos que está enfermo. Cuando alguien no se acerca a Jesús, que lo espera con los brazos abiertos en la cruz, decimos que se está muriendo.