Desprendernos de todo, incluso de nosotros mismos significa que estaremos dispuestos a poner al Señor por encima de todo, incluso de nuestra propia persona y circunstancia.
Por Maleni Grider
Caminaba con Jesús un gran gentío. Se volvió hacia ellos y les dijo: “Si alguno quiere venir a mí y no se desprende de su padre y madre, de su mujer e hijos, de sus hermanos y hermanas, e incluso de su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío”.
Lucas 14:25-27
Conforme el Hijo de Dios iba recorriendo los lugares, predicando el Reino de Dios, y mientras su fama crecía, mucha gente quería ir con Él y lo seguía. Al notar las multitudes, Jesús se preguntó quiénes de ellos podrían ser sus verdaderos discípulos, que estarían dispuestos a pagar el precio de serlo.
A los doce discípulos les demandó dejarlo todo y seguirlo. Así lo hicieron, aunque uno de ellos al final lo traicionaría entregándolo. Mientras esta traducción dice “desprenderse” de su padre y madre, otras dicen “odiar” o “aborrecer”. Lo que está intentando decir es que tendremos que amarlo más que a nadie, e incluso estar dispuestos a abandonarlo todo por amor a Él.
¿Nos está diciendo que debemos dejar a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestra familia? ¿Que los abandonemos? ¿Es Cristo una persona cruel y egoísta que quiere acapararnos y arrancarnos del seno familiar por un capricho irracional? Por supuesto que no. Más que abandonarlo todo, el Señor nos pide renunciar a todo aquello que debamos renunciar. Y la figura de cargar la cruz quiere decir que seguirlo requiere de estar dispuesto a quedarnos a su lado cueste lo que cueste.
A Jesús le costó todo el poder redimirnos. Cargó el peso de la cruz y sacrificó su cuerpo entero en ésta para alcanzar la gloria y así ganar para la gracia que nos salvaría. No le importó cuánto costaría nuestra salvación. Él lo entregó todo por nosotros. Ese amor perfecto suyo espera una entrega total de nuestra parte.
¿Debemos irnos del hogar y abandonar a nuestro cónyuge, hijos, padres? De ninguna manera. Por el contrario, Dios quiere que amemos y cuidemos a nuestra familia antes que a nadie. Pero también quiere que le entreguemos todo, es decir, que en acto de consagración sincero le ofrezcamos a nuestra familia, nuestros hijos, nuestro matrimonio, nuestro trabajo, nuestras pertenencias, nuestros planes, nuestro futuro, nuestros deseos más íntimos, nuestros problemas, nuestra voluntad, en otras palabras, todo nuestro ser.
Dios no necesita nuestra cuenta de banco, ni nuestro dinero, ni siquiera necesita nuestros sacrificios. Es el tesoro de nuestro corazón lo que le interesa. Es saber si en verdad lo amamos tanto como para dejarlo al mando de nuestra vida, como el líder cuyos pasos seguiremos. ¿Estaremos dispuestos a entregarnos como Él se entregó por otros? ¿Amaremos como Él nos amó? ¿Daremos por otros tanto como Él dio?
Desprendernos de todo, incluso de nosotros mismos significa que estaremos dispuestos a poner al Señor por encima de todo, incluso de nuestra propia persona y circunstancia. Decía el filósofo José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. (Meditaciones del Quijote, 1914). Con Cristo, yo y mi circunstancia tenemos que morir y sujetarnos a su soberanía, para que Él viva y reine sobre nosotros. “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que renuncie a su vida por causa mía, la hallará.” Mateo 16:24-25.