Regnum Christi México

El Rosario, una oración plenamente cristocéntrica

Regnum Christi

En el rezo del rosario es María quien nos lleva de la mano ante su Hijo, se ofrece como portadora, como catequista de las mayores gracias que el hombre ha recibido en su vida: la redención  llevada a cabo por Cristo a lo largo de su vida pública.

Por: Fernando de Navascués

El Rosario siempre ha sido una de las oraciones preferidas por el pueblo cristiano. Lejos de ser una aburrida cantinela de avemarías, en realidad es una oración con la que los fieles regalan a María, la madre de Jesús y madre nuestra, una sencilla ofrenda de enamorado. ¿Qué novio se cansa de decir a su novia que la quiere? ¿Qué novia se cansa de escuchar a su amado que la ama? Algo así sucede con esta plegaria que tiene su origen en santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, a inicios del siglo XIII.

El Papa Juan Pablo II no ha sido ajeno a esta devoción. Al contrario, muy al principio de su pontificado dejó claro que era su oración predilecta, e insistió en ello en no pocas ocasiones. Su propio lema papal, “Totus tuus”, manifiesta ese amor mariano del papa santo. Incontables veces habló y escribió sobre la Virgen María y esta devoción, pero sin duda, entre ellos, destaca la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, en la ofreció al pueblo cristiano sus pensamientos y sentimientos sobre la devoción del Rosario.

“El Rosario aunque se distingue por su carácter mariano -señala el Papa Juan Pablo II en la carta-, es una oración centrada en la cristología”. Y añade: “Con el Rosario, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor”.

Por tanto, hablamos de una oración plenamente cristocéntrica, y las gracias que recibimos nos acercan más a Jesús, es Jesús mismo, el único mediador, quien realmente nos las da o las derrama… De hecho el propio Papa Juan Pablo II de alguna forma insistía en ese cristocentrismo cuando ofrecía al pueblo cristiano cinco nuevo misterios para la contemplación en el rezo del Rosario, los Luminosos:

  1. El Bautismo en el Jordán.
  2. Su autorrevelación en las bodas de Caná.
  3. Su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.
  4. Su Transfiguración.
  5. Y la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

En el rezo del rosario es María quien nos lleva de la mano ante su Hijo. En estos luminosos, de forma especial, María se convierte aún en más ‘trasparente’ si cabe para ofrecerse como portadora, como catequista podríamos decir, de las mayores gracias que el hombre ha recibido en su vida: la redención del hombre llevada a cabo por Cristo a lo largo de su vida pública, desde su bautismo hasta la Eucaristía, pasando por su predicación y su servicio a los hermanos necesitados que encarnan esos novios de Caná.

En el rosario descubrimos el misterio salvífico de Dios. Descubrimos cómo estamos de necesitados de redención, y de cómo María es el camino hacia el Señor que nos redime y nos salva, a pesar de nosotros mismos y de nuestro pecado.

Ya sea la fuerza y la paz para superar una situación difícil, un aumento de la paciencia, la voluntad de perdonar, el discernimiento para una vocación, fuerza en la tribulación, agradecimiento antes las bendiciones constantes de la vida, o simplemente el contemplar a la Madre… el Rosario es un camino seguro hacia el encuentro personal con Cristo.

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