Lo dice la enseñanza de la Iglesia y hasta hay en Roma un museo dedicado a él.
Por Fernando de Navascués
Es sorprendente que haya cristianos, catequistas e, incluso, clérigos, a los que se les supone una formación doctrinal, que afirmen que no existe el infierno ni el Purgatorio. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica es muy claro al respecto entre sus números 1030 y 1032. En ellos se dicen varias cosas muy claras:
- Los que mueren en gracia y en amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo
- Se trata de un castigo completamente distinto al de los condenados al infierno
- El propio Catecismo, citando a San Gregorio Magno, explica que hay ciertas faltas ligeras que antes de entrar en el cielo deben ser purificadas. San Gregorio se apoya en las palabras de Cristo, aquellas en las que afirma que “al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro” (Mt 12, 31), por lo tanto sí hay un tiempo venidero en el que sí podrán ser purificadas algunas faltas.
- E incluso que esta referencia al purgatorio también viene expresada en el segundo libro de los Macabeos, en el Antiguo Testamento: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 M 12, 46).
- Y no sólo en el Antiguo Testamento y el Nuevo, sino que desde los primeros tiempos del Cristianismo, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. San Juan Crisóstomo escribe: “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.
Ya en el siglo pasado, el Señor le mostró a santa Faustina Kowalska ver el purgatorio. La santa escribió que las almas del purgatorio le manifestaron que su mayor sufrimiento era sentirse abandonadas por Dios. Cuando salió de aquella prisión de sufrimiento escuchó la voz del Señor que le dijo: “Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia”.
Afortunadamente en la Iglesia hay muchas asociaciones y parroquias que piden incesantemente por ellas, con lo que tienen en sus manos un apostolado encomiable y necesario.
A santa Gertrudis la Grande, una religiosa benedictina propagadora de la devoción al Sagrado Corazón, Jesús se le presentó entregándole una oración y señalándole que quien la rece podrá librar mil almas del Purgatorio. Así que posibilidades particulares también se pueden hacer por estas almas. La oración dice así:
“Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las Misas celebradas hoy día a través del mundo por todas las benditas ánimas del purgatorio por todos los pecadores del mundo. Por los pecadores en la iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia. Amén”.
Y aunque puede resultar anecdótico vale la pena hablar de algo muy desconocido pero que existe en Roma, en una iglesia cercana al Vaticano. Se trata de un museo dedicado a las almas de purgatorio. Se encuentra en la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio. Allí se custodian 15 testimonios y objetos que probarían las “visitas” de estas almas a sus seres queridos para pedirles que recen por ellas.
Este museo fue fundado en 1897 por el P. Víctor Jouët, un sacerdote francés misionero del Sagrado Corazón. En ese año se quemó la capilla en la que se reunía la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús para el Sufragio de las Almas en el Purgatorio. Y cuando el P. Jouët entró vio un rostro humano que tenía una expresión de tristeza y melancolía.
Desde ese momento, el sacerdote viajó por toda Europa recabando testimonios y objetos “tocados” por las almas del purgatorio. En el museo se custodian elementos tan sorprendentes como la huella de un dedo en la funda de una almohada Sor Margarita del Sagrado Corazón, cuando se le apareció Sor María de San Luis de Gonzaga durante la noche después de su muerte en 1894. La monja difunta le explicó a Sor Margarita que se encontraba en el purgatorio para expiar su falta de paciencia en aceptar la voluntad de Dios.
O también se encuentra un libro de oraciones de una mujer llamada María Zaganti, donde hay huellas dactilares de su amiga Palmira Rastelli. Esta difunta se le apareció pidiendo que se ofrecieran Misas por su alma.
San Cirilo de Alejandría no duda en decir que “sería preferible sufrir todos los posibles tormentos en la Tierra hasta el día final que pasar un solo día en el Purgatorio”. Sea como fuere, en él hay esperanza. Quién está allí sabe que algún día gozará de la presencia de Dios en el Cielo, pero también sabe que el camino no es fácil.
En nuestras manos está la posibilidad de ayudar a estas almas a salir de allí. Y como bien decía un sacerdote: cada alma salida del purgatorio por nuestra oración, es un alma que desde el Cielo intercederá por nosotros si alguna vez llegamos al Purgatorio para purificarnos definitivamente.