Por: Pablo Vidal García | Fuente: Catholic.net
En Cuaresma, se pide hacer propósitos para mejorar la vida cristiana. Unos lo intentan y otros no. La mayoría que se lo propone elige alguna forma de ayuno, dar limosna u orar más, aunque los jóvenes como yo queremos algo que nos cambie y que cambie el mundo. ¿Me equivoco?
Supongamos que aceptas el reto de subir un escalón espiritual esta Cuaresma con energía. Hay la posibilidad de que hagas un sacrificio común, una oración que te aburre a los dos días y que el ruido del mundo supere tu buena intención. Para que vivas un cambio real y descubras un espacio nuevo en tu fe, piensa: ¿Qué hizo Cristo durante cuarenta días en ayuno y oración? ¿Para qué le sirvió y cómo lo consiguió?
En todos los pasajes siguientes, hay un detalle que puede pasar desapercibido y puede ser la clave para vivir mejor está Cuaresma. “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre”. (Mt. 4, 1); “Enseguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles le servían” (Mc. 4, 12-13); “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto” (Lc. 4, 1). ¿Cuál detalle resalta en estos pasajes? Uno sencillo pero que esconde un torrente profundo de vitalidad: el Espíritu le llevó al desierto.
Si ves el contexto, Jesús acaba de ser bautizado en el Jordán y se prepara para empezar la predicación. Camina varios kilómetros y va al desierto. Puedes imaginar un desierto con grandes dunas de arena, aunque aquel fue a un desierto diferente: enormes montañas rocosas y con pequeñas piedras. Desde arriba observaba un desierto que parecía no tener final: solo veía valles y cerros de rocas y más rocas. Había gran silencio, solamente interrumpido por el paso de la brisa. Haz el ejercicio mental de retirarte ahí, de sentirte solo, de escuchar solo el aire en tu oído y ver que Dios te observa como pequeño montículo alargado en la ladera de un cerro seco. Este sentimiento de soledad y empequeñecimiento ante Dios puede hacer la diferencia para ti de vivir esta Cuaresma en forma diferente.
El Espíritu te llama a ir al desierto. Te llama personalmente, que estás inmerso en el ruido y alboroto del mundo. No tienes que comprar un boleto de avión a Israel para ir al desierto, ni escaparte a un terreno árido del país, sino entrar al desierto en tu corazón, donde no haya conversaciones ni música, gente cercana ni pantalla encendida. Es a tu corazón silencioso y a tu alma que respira donde Dios quiere encontrarte para dialogar y escuchar tu propósito de Cuaresma.
¿Cómo ir al desierto? Hay varios medios.
El primero es disponer la actitud del corazón para caminar varios kilómetros de pasos espirituales hasta llegar al diálogo solitario con Dios. Un par de oraciones y tres sacrificios serán buenos, pero se requiere más, pues conversar con Dios pide escalar varios niveles de superación, que son accesibles.
El segundo medio es distanciarte de las personas y cosas del mundo que estorban a tu esfuerzo para el ayuno y la oración. Porque sabes bien que renunciar al gusto de tomar refresco, el dulce preferido o la ventana favorita en las redes cuando se te antoja, o retrasar la oración porque te parece tediosa, te mete en un desierto pesado, aunque vitalizador, que es el ambiente de Cuaresma al que te llama el Espíritu.
El tercer medio es ver en tu interior la interminable fila de montañas y rocas que son tus defectos y vicios, para aceptar que el alcance de la santidad te pide luchar contra ellos y que, aunque parezcan interminables, el Espíritu te puso ahí y te librará de ellos.
Podemos decir que el cuarto medio es alcanzar silencio profundo en el corazón, aislado de ruidos exteriores, donde solo escuchas la brisa que llega, que es el paso de Dios, no presente en el fuego ni en la tormenta, sino en el suave aire del infinito, amoroso y protector.
Retirarte al desierto de tu interior hace que esta Cuaresma sea distinta. Lo ves en la vida de Juan el Bautista. Pasó mucho tiempo en el desierto y ¡en cuanto vio a Jesús lo reconoció inmediatamente! ¿A poco no te gustaría que esta Cuaresma, al acercarse Jesús a ti, le reconozcas enseguida y disfrutes de su compañía?
Igual, el pueblo de Israel se encontró con Dios ¡mientras estaba en el desierto! Él mismo les guiaba con su presencia en la nube que cubría del calor durante el día y daba luz en la noche. Hablaba cara a cara con Moisés y se preocupaba por su pueblo, enviándole el alimento del maná, de las parvadas de codornices y el agua surgida de la peña. ¿No es extraordinaria la disposición interior que te dará más cercanía con Dios? Para que Él mismo te guíe, para que estés en su presencia, hables con Él y te mime… necesitas entrar al desierto de tu corazón.
En este tiempo, déjate guiar por el Espíritu al desierto. Pon actitudes y medios prácticos que te introduzcan en ese desierto interior. Así, tus propósitos de Cuaresma darán sabrosos frutos. Llegará la Semana Santa y la vivirás muy cerca de Cristo, porque te has preparado igual que Él.