Dios abre puertas, pero a veces, entre una puerta y otra, el camino es largo y doloroso.
Por Maleni Grider
Amo a los que me aman, los que me buscan me encuentran. Junto conmigo encuentran honor y riqueza, fortuna perdurable y prosperidad.
Proverbios 8:17-18
Nada se compara con el favor de Dios. Podemos desear muchas cosas en esta vida, posesiones materiales, títulos académicos, prosperidad en los negocios, relaciones saludables, fama, éxito laboral, etcétera. Pero nada de eso es siquiera cercano a recibir el favor o la bendición de Dios.
Comúnmente buscamos la aprobación de muchas personas en nuestra vida, pero lo que realmente debería preocuparnos es obtener la aprobación y el agrado de Dios. ¡Qué hermoso es cuando nuestros hijos nos hacen sentir orgullosos, complacidos, contentos, y cuando obtienen nuestra aprobación!
Como padres, procuramos darles todo: atención, provisión, enseñanza, amor, comprensión, guía, consejo, cuidados, para que cuando crezcan puedan sentirse seguros, amados, inspirados, dignificados y apoyados. Es muy bello cosechar lo que sembramos en ellos y ver que andan por el buen camino y toman las decisiones correctas para su vida.
Así es Dios, nuestro Padre, nos lo da todo, y espera todo de nosotros. Sí, nos espera, nos observa, nos alienta, nos da consejo, nos prueba, y nos ayuda a ir por el sendero correcto de la fe, la fidelidad, el conocimiento de su Palabra, la santidad, y la obediencia. En ocasiones, vivimos circunstancias tan difíciles que perdemos el camino, y Dios nos mira alejarnos de Él, o rendirnos en la obediencia, nos ve enojarnos, dejar de ser fieles, y nos da tiempo para volvernos a Él.
Si por el contrario pasamos la prueba, y, si a pesar de las complicaciones seguimos en pie, luchando la buena batalla de la fe, si dejamos todo en sus manos y esperamos en Él, si mantenemos nuestra confianza puesta en sus promesas y obedecemos sus mandamientos, el Señor camina con nosotros en la tormenta, se mete en el horno de fuego con nosotros, abre caminos en el desierto y, al final, nos lleva a sus manantiales.
Dios abre puertas, pero a veces, entre una puerta y otra, el camino es largo y doloroso, o al menos confuso, extenuante. Ése es el tiempo de permanecer fiel a Él, de rendirse, de doblar las rodillas y buscar su presencia, su guía, su amor. Dios es fiel. “Pero sin la fe es imposible agradarle, pues nadie se acerca a Dios si antes no cree que existe y que recompensa a los que lo buscan.” Hebreos 11:6
Como un testimonio personal de esta verdad, quiero compartir con ustedes, queridos lectores, que mi esposo y yo pasamos por un tiempo de prueba, en el que tras el huracán “Irma” tuvimos que cambiarnos de ciudad y dejar todo atrás. Por muchas semanas intentamos comprar una casa, pero todas las puertas se cerraron.
Pedimos a nuestro Padre que la siguiente puerta se abriera, pues esperábamos empezar un nuevo capítulo con Él. Sin embargo, todo parecía estar bloqueado, nada de lo que hacíamos funcionaba, y la compra no se lograba. Primero frustración, después fortaleza, luego paciencia aparecieron en nuestro interior. Nos rendimos al Rey una vez más en nuestra vida. Le dijimos “Que sea tu voluntad, llévanos a donde Tú quieras”.
Simplemente le entregamos todo, esperamos en medio de la incertidumbre y continuamos en lealtad y obediencia a Él. Después de muchos días y noches, luego de muchas lágrimas, oraciones, semanas, meses de espera, ¡el milagro se hizo! ¡La puerta se abrió! El Señor nos dio una casa. No es la que queríamos, no tiene todo lo que creímos necesitar, pero es la que Él, al Altísimo nos dio. Es la casa que será un santuario para adorarle y criar a nuestros hijos en su Palabra.
La bendición de Dios, su favor, son invaluables. No hay nada que podamos desear más que su amor, su presencia en nuestra vida, su bendición. Cuando lo recibimos, sabemos que entonces tendremos no todo lo que queremos, sino todo lo que Él quiere que tengamos, en el tiempo suyo, y de la manera en que Él lo ha proyectado para nuestra familia. ¡Gloria a Ti, Señor Nuestro!