Todos los cristianos tenemos la gran responsabilidad de hacer que nuestra vida sea una vida para Cristo
Por Fernando de Navascués
La Iglesia está compuesta por hombres. Sí, y por Dios también. En fin, esto me lo explicaron hace tiempo. No soy teólogo pero hasta ahí llego, y creo que no estoy confundido. En la Iglesia tenemos la triste experiencia de hacer experimentos pastorales con la intención de acercarnos más a la gente, pero descuidando a veces lo fundamental, es decir, a Dios. Habrá de todo, pero hay algunos que les gusta ir tanto a la frontera de la innovación, con la excusa de llegar a todos, que acaban saltándose las líneas rojas más elementales.
En más de un seminario –diocesanos y también de congregaciones religiosas- llevaban a los chicos a la discoteca a ver qué pasaba. Muchos optaron por las chicas que encontraron. ¡Lógico! También algunos sacerdotes se inventaron lo de evangelizar en los bares, y unos cuantos se quedaron allí para siempre pegados a la botella. Y así tantas cosas estrambóticas.
Hace meses salió a la luz el caso de los Hermanos de la Caridad, que se dedican a la atención de enfermos en hospitales. Bueno, el caso es que en Bélgica los hermanos se han saltado otra línea roja, y en sus centros psiquiátricos se está aplicando la eutanasia. En países europeos en donde la eutanasia es legal, como Bélgica o la emblemática Suiza, acudir a un hospital católico es seguridad para enfermos y mayores de que sus vidas van a ser respetadas. El problema es acudir a centros privados o públicos. Pero ahora esto parece que también se empieza a cuestionar.
La situación me lleva a entender algo que he leído en un libro que se está vendiendo con singular alegría, y que mucho recomiendo, titulado: “Dios o nada”. Se trata de un libro entrevista al Cardenal Robert Sarah, natural de Guinea Conakri, y nombrado por el papa Francisco Prefecto de la Congregación para el “Culto divino y la disciplina de los sacramentos”.
Al Cardenal le preguntan cuáles son hoy en día los signos más preocupantes para el futuro de la Iglesia. Él responde con contundencia: “La falta de sacerdotes, las carencias en la formación del clero y la concepción a menudo errónea del sentido de la misión”.
La clave, para el cardenal africano, se encuentra en la relación del sacerdote con Dios en la oración. Algo que también podemos extrapolar a las religiosas, a los consagrados y, en general, a todos los fieles. Entre otras, el prelado nos deja las siguientes perlas:
“Existe una tendencia misionera que pone el acento en el compromiso o la lucha política, en el desarrollo socioeconómico (…) El descenso del número de sacerdotes, los déficits en su compromiso misionero y una inquietante falta de vida interior –carente de vida de oración y de frecuencia de los sacramentos– pueden llevar a privar a los fieles cristianos de las fuentes de las que deben beber”.
“Si queremos crear para los seminaristas un ambiente favorable para el encuentro con Cristo, son imprescindibles el silencio y la construcción del hombre interior (…) El hombre formado en esta escuela se prepara para rezar bien a fin de hablar mejor de Dios, porque las palabras acerca de Dios solo se pueden hallar después de encontrarse y crear lazos personales con Él”.
“La Iglesia está hecha únicamente para adorar y rezar. Si quienes son la sangre y el corazón de la Iglesia no rezan, secarán todo el cuerpo de la institución querida por Cristo”.
“Sin un sacerdote según el corazón de Cristo, despojado de modas humanas, la Iglesia no tiene futuro (…) por voluntad de Dios, esas almas [las de los fieles] se confían a los sacerdotes. Si estos obedecen a reglas puramente humanas, sin la caridad del cielo, la Iglesia perderá el sentido de la misión”.
Todos los cristianos tenemos la gran responsabilidad de hacer que nuestra vida sea una vida para Cristo, y estamos llamados a vivir en las realidades temporales con santidad. Y eso va desde el trabajo a las vacaciones, desde los amigos al matrimonio, desde nuestro compromiso pastoral y apostólico, hasta lo más simple, sencillo y rutinario de nuestra vida. Como afirma también el Cardenal Sarah: “Hay que anunciar a Dios a tiempo y a destiempo, hallando los métodos más humanos y el lenguaje más respetuoso, pero sin escamotear la verdad”.