Basta cruzar la mirada una vez. Basta un segundo. Aunque sea de reojo. Basta darle el chance. Porque una vez que el Señor nos pesque, sabremos qué significa sentirse amados.
Por H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C.
“Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna.”
(Mc 10,17-30 / XXVIII Domingo Ordinario B)
Mi hermana se casó el sábado pasado. Por eso, tengo frescas todas las novelas y películas románticas que se me han cruzado a lo largo de mi vida. Y este evangelio me recordó esa típica escena: ella vive en la dimensión de los que no se enteran de nada, mientras que él la ve todo el tiempo como hipnotizado. Sí, esa mirada que todos reconocieron, menos la interesada. Esa es nuestra vida… y nosotros no somos el que está mirando.
Esa mirada de Jesús tiene que ser algo impresionante. Vio a un recaudador de impuestos, le dijo que lo siguiera y Mateo dejó todo para seguirlo (cf. Mt 9,9). Le dijo a Natanael que lo había visto debajo de la higuera y lo reconoció como “Hijo de Dios… el Rey de Israel” (cf. Jn 1,45-50). Miró hacia arriba, se encontró a Zaqueo y le cambió la vida (Lc 19,1-10). Y aun así, el joven rico tiene esos ojos en frente y ni se entera. ¡Y nosotros igual!
No hay que tener millones de dólares en el banco, mansión y yate privado para ser el joven rico. Puede ser que sólo traiga un par de centavos en mi bolsa. Pero si esas moneditas me brillan más que los ojos del Señor, no sólo soy el joven rico, sino el joven ciego también.
Levantemos los ojos. Dejémonos asombrar e hipnotizar por la llamarada de amor que irradia esa mirada. Quitémonos los lentes oscuros para ver cómo resplandecen sus ojos. Basta cruzar la mirada una vez. Basta un segundo. Aunque sea de reojo. Basta darle el chance. Porque una vez que el Señor nos pesque, sabremos qué significa sentirse amados.