Que este tiempo de preparación para la venida de Jesús, nos sirva para ordenar bien nuestra vida y valores.
Por H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C.
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”»; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».”
(Mc 1,1-8 / II Domingo de Adviento B)
Hace unos días me encontraba disfrutando de un hermoso cielo nocturno, con una luna llena resplandeciente en el centro. Como siempre, de mi corazón salió un profundo y sentido “gracias” para Aquel que lo creo y me lo regaló. Ya me imagino qué habría pensado y sentido Jesús al contemplar el cielo nocturno de Israel hace 2,000 años. Pero se me ocurrió una locura: ¿qué pasaría si en ese momento que Jesús contemplaba el cielo, se le acercara la luna o alguna de las estrellas para hablar con Él?
Para Dios, nada es imposible… Pero llevemos la imaginación al extremo: la luna o esa estrella, no sólo se planta frente a Jesús, el Hijo de Dios, sino que, con todo el descaro del mundo, le dice que ella es más grande, más hermosa y más poderosa que Él. Ella incluso llega a exigirle que la adore como su diosa. Y si no cumple cada uno de sus deseos y caprichos, es un maleducado sin vergüenza y ella se dedicará a ignorarlo.
Creo que una historia así no pasa ni por el teatro del absurdo. Nos daría risa ver algo tan ridículo. De hecho, ¡no sabríamos si reír o llorar! ¡Él, Jesús, el Verbo de Dios, creó la luna, las estrellas y todo el universo! Sería una ridiculez que una de sus creaturas intentara ponerse por encima de Él, su Creador o que pretendiera ignorarlo. De hecho, lo más hermoso de una luna llena, de las estrellas o de cualquier otra belleza de la naturaleza, es que nos hace elevar el espíritu para admirar la hermosura y la grandeza de Aquel que las hizo, y que se deja entrever en sus creaturas.
Desde septiembre, venimos preparando la casa, los regalos y las vacaciones para este período de Navidad. Pero entre tanta cosa, a veces podemos acabar en un cuento surrealista como el anterior: todo empieza a girar a mi alrededor. Incluso el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre sólo tiene relevancia en cuanto que me beneficia con regalos, fiestas y vacaciones. Incluso podemos llegar al extremo de exigir más de Él, que ya nos lo dio todo, rebelándonos contra Él si no nos da lo que le hemos pedido, o simplemente intentamos ignorarlo.
Que este adviento, tiempo de preparación para la venida de Jesús, nos sirva para ordenar bien nuestra vida y nuestra jerarquía de valores. Que no seamos estrellas que le piden a su Creador que se postre ante ellas o que buscan vivir como si Dios no existiera. Al contrario, que cada una de nuestras acciones y pensamientos no haga otra cosa que brillar y apuntar hacia Aquel que viene a salvarnos. Hacia ese bebé que nacerá en un humilde pesebre, pero que brillará más que el sol y todas las estrellas.
Photo: Albin Berlin