Regnum Christi México

Los sueños de Dios

Regnum Christi

Él tiene los sueños de todo padre. Como Padre amoroso que es, quiere lo mejor para sus hijos.

Por Maleni Grider

Hace unos días, en una plática para disciplinar a mi hijo, sentados a la mesa de la cocina, le dije: “Mi única meta antes de morir es servir a ti y a tus hermanos como madre, y ser la mejor esposa para tu papá, créeme, no tengo otro plan mejor que ese. Si logro hacer todo esto de la mejor manera posible, y luego voy a nuestro Padre en el cielo, estaré plenamente satisfecha y feliz. Ése es mi sueño”.

Ahora bien, ¿cuáles serán los sueños de Dios? ¿Acaso tiene algunos? De acuerdo a las Escrituras, Él tiene los sueños de todo padre. Como Padre amoroso que es, quiere lo mejor para sus hijos. Un buen padre quiere que sus hijos permanezcan y crezcan junto a Él, aprendiendo, siendo instruidos, obedientes a su voz, recibiendo todos los privilegios de ser sus hijos.

Un buen padre otorga provisión, protección, amor, entendimiento, compañía, perdón, consejo, disciplina, y seguridad. Del mismo modo, Dios quiere que sus hijos reciban de su mano todas estas cosas. Lo más alentador es que nuestro Padre celestial es eterno, su amor es perfecto y su Reino ilimitado, es decir, su poder, su riqueza, su gobierno y su soberanía no tienen límites. Su amor por nosotros no es sólo humano, sino divino.

Como padres, amamos a nuestros hijos con amor persistente, nos sacrificamos por ellos tal como lo hicieron nuestros padres por nosotros, y hacemos lo mejor que podemos para darles todo lo que ellos necesitan. Pero somos seres limitados, con fallas y con posesiones que no pueden comprarlo todo. Nuestro Creador, en cambio, es el dueño del universo, es todopoderoso y no se agota ni duerme nunca. Siempre está mirando sobre nosotros, listo para otorgarnos sus riquezas inconmensurables.

Sus sueños son incalculables, inmensos. Tiene para nosotros propósitos eternos, proyectos que no podemos siquiera imaginar. Jesús dijo que Él no había venido a ser servido sino a servir. Y su actividad en la tierra fue básicamente un servicio a los demás. Su sueño era salvar a los perdidos, liberar a los cautivos, sanar a los enfermos, vindicar a los oprimidos, dignificar a los humillados, consolar a los que sufrían. Hoy, todavía, ese es el sueño de Dios: que ninguno se pierda, sino que todos procedamos al arrepentimiento, para poder así entregarnos los beneficios de su Reino.

El sueño de Dios es que aprendamos a amar de manera incondicional, como Él nos ama. Que aprendamos a perdonar, como Él ya nos ha perdonado. Que aprendamos a dar, como Él lo dio todo por nosotros. Que aprendamos a alabar en vez de quejarnos, cuando todo va mal. Que aprendamos a bendecir en vez de maldecir, cuando otros nos ofenden. Que aprendamos a confiar en Él en medio de la tormenta, en lugar de ofuscarnos. Que aprendamos el valor del sacrificio y la lealtad para con nuestros semejantes.

El sueño de Dios es que obedezcamos sus mandamientos para que podamos tener una vida abundante; que comamos el pan de vida que Cristo nos da, para que no volvamos a tener hambre jamás; que busquemos nuestros dones y los usemos a favor de los hermanos; que seamos compasivos y no legalistas; que aprendamos a sonreír con las cosas simples y no dependamos de las cosas materiales para ser felices.

Dios sueña que vengamos a Él cada día, que nos acerquemos confiadamente a su trono y, con corazón humilde, le pidamos todas aquellas cosas que necesitamos. Dios sueña que aprendamos a depender totalmente de Él, y que nuestra fe sea inquebrantable. Su sueño es poder abrazarnos con su amor, rodearnos con su gloria, llenarnos con su Santo Espíritu. Dios sueña que nuestro corazón salte de pasión por Él, que por fin nos rindamos ante su incomparable amor.

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