Si bien, es importante esforzarnos en ser buenos ciudadanos de este mundo, y dar ejemplo de civilidad, es incluso más relevante ser un modelo a seguir en lo que a moralidad se refiere.
Por Maleni Grider
Celebrar la Independencia de nuestro país, y reafirmar nuestro orgullo mexicano durante las Fiestas Patrias es un tiempo que apreciamos profundamente por muchas razones, entre ellas: la lucha ejemplar que sostuvieron los héroes que nos dieron Patria y libertad hace más de dos siglos; la historia de nuestro pueblo que fue forjándose a través de diversísimas culturas y etnias; el progreso que México alcanzó como nación, etcétera. Y todo esto es digno de celebrarse, a pesar de los muchos retos a los que hoy se enfrenta nuestro país.
El sentimiento de nacionalismo y pertenencia son sublimes, y se agudizan cuando nos encontramos lejos de la Patria o alguien ataca nuestra nación. Pero si trasladamos esta emoción al plano espiritual podemos recordar algo de suprema trascendencia: Cristo nos dijo “Sin embargo, alégrense no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos”. Lucas 10:20
Nuestra vida terrenal es hermosa pero pasajera, no dura para siempre. Pero sabemos que tenemos una vida venidera, en la cual ya nuestros nombres están inscritos. Dicha vida es eterna, de modo que pertenecer a ella debe ser mucho más sagrado y también mayor motivo de regocijo que el plano terrenal, en el que los gobiernos determinan una buena parte de nuestro destino.
“Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor.”
Filipenses 3:20
La reflexión más acertada es que Dios está a cargo de nuestra eternidad. Jesús dijo a los discípulos que a donde Él iba ellos no podían seguirlo, pero prometió que les prepararía un lugar en el cielo. Luego fue crucificado, resucitó y subió al Padre.
Si la Patria terrenal tiene relevancia en nuestra vida, ¿cuánto más la celestial? Por otra parte, el apóstol Pablo tiene la mirada puesta en el retorno del Señor. Si bien, es importante esforzarnos en ser buenos ciudadanos de este mundo, y dar ejemplo de civilidad, es incluso más relevante ser un modelo a seguir en lo que a moralidad se refiere.
El mundo espiritual no se ve ahora, pero lo veremos cuando vayamos al Padre y comprobemos que, lo que Jesús nos prometió, no era sólo una imaginación sino una promesa real. Algún día llegaremos a la patria celestial, en la que ya tenemos una ciudadanía permanente, a través del Señor Jesucristo.