Regnum Christi México

Nadar mar adentro

Regnum Christi

La vocación cristiana, por su naturaleza, es una vocación al apostolado.

Por Fabián Ortiz

Después de un viaje que tuve la oportunidad de hacer, me puse meditar sobre la vida apostólica de un católico comprometido o quizá mejor, de un católico con ganas de mejorar un poco la sociedad. Para muchos puede sonar muy cliché esta última frase, pero si hay algo de lo que puedo estar seguro es que es muy real este ímpetu por cambiar el mundo. Muchas veces damos por sentado que ya todo está perdido, sin siquiera mover un solo dedo, pero no podemos conformarnos con esto.

Antes que nada, quisiera definir algunos términos a los que haré referencia en este artículo. El primero es: “voluntarios”. Según el diccionario castellano significa: “Conjunto de personas que se unen a un grupo para trabajar con fines benéficos o altruistas”. El segundo término es “apóstol”. La palabra apóstol, se deriva del griego y significa “enviado”.

El término “apóstol” se utiliza muy a menudo en el Antiguo Testamento, y se hace con este sentido, refiriéndose a que la persona es enviada por la ley a representarla. En el número 863 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Toda Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los apóstoles. Toda Iglesia es apostólica en cuanto que ella es “enviada” al mundo entero; y todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío”.

Esto significa que yo como católico, por mi fe, puedo creer y estar seguro que yo soy el “enviado” y tengo que descubrir en dónde puedo yo ser de ayuda o servir. La vocación cristiana, por su naturaleza, es una vocación al apostolado. Se le llama apostolado a “toda actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”.

¿Qué estoy haciendo yo?

Esta es una pregunta muy interesante que amerita una respuesta personal de parte de cada uno de nosotros. Si no sabemos qué contestarnos a nosotros mismos, podemos acudir a las palabras del Papa San Juan Pablo II, pues él señaló unos lineamientos muy importantes para poder llevar esto a cabo. En la Carta Apostólica del Nuevo Milenio, San Juan Pablo II expresa que hay una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestros tiempos. Esa fórmula, más bien es una persona, es Cristo y la certeza que Él nos da. No se trata de inventar un programa, ¡el programa ya está!; y ha sido el de siempre. Nombrado en el Evangelio, se centra en Cristo mismo. Al que hay que conocer, amar e imitar para vivir con Él la vida y transformarnos.

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Mt 28, 20

Tres cosas importantes: celo apostólico, guiado por el mismo Cristo y preparación pastoral.

Es necesario que en el programa haya orientaciones adecuadas a las condiciones de cada comunidad u objetivo. Por eso uno debería discernir ”¿qué hago yo?”. Ver lo que me gusta y en lo que soy bueno. Hay que tener ese celo apostólico: identificarse con Cristo y su amor ardiente hacia la humanidad. Hay que sentirse contagiado por ese deseo apasionado de luchar y extender el Reino de Cristo.

Este plan de vida es una ayuda para crecer a semejanza de Cristo en mi propia vida. Sin un plan no podemos seguir un rumbo. Este es un plan que debe ser personal, es decir, hecho para cada persona y es único. No puede ser transferible. Debo empezarlo a hacer lo más pronto posible. Dios no va a bajar y decirme “Esto es lo que tenés que hacer”. Debe hacerse en momentos de silencio y oración íntima con Él y con mucha reflexión, donde me guío por el Espíritu Santo y me dejo llenar por su iluminación. Es decir, trato de hacerlo durante algún retiro espiritual o ejercicios espirituales, que es cuando Dios nos da más respuestas. Y por ultimo, debe estar aprobado por mi orientador o director espiritual o algún sacerdote amigo.

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” 
Fil 4,13

No nos quedemos viendo desde fuera o de lejos, nademos mar adentro en nuestra vida espiritual y moral. Formemos programas de vida que nos edifiquen y nos hagan ser mejores y así poder llegar a la santidad. Y podamos gozar de esa felicidad eterna que tanto ansiamos y anhelamos.

 

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