La siembra es un aprendizaje, si sembramos para vida (cosas positivas), increíbles bondades y bendición segaremos.
Por Maleni Grider
No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado.
Gálatas 6:7
La tercera ley de Newton, también conocida como “Principio de acción y reacción”, nos dice que, si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de sentido contrario. En palabras comunes: a toda acción corresponde una reacción.
Y en términos espirituales: siempre cosecharemos aquello que sembramos. A menudo no tomamos muy en serio el valioso tiempo de nuestra vida, la importancia de nuestros días, el sagrado valor de nuestra salud, el alto precio de las horas perdidas, el costo de aquello que desperdiciamos, o la ganancia de aquello que sí planeamos. Esto es porque no tenemos una buena perspectiva de lo que puede ocurrir a largo plazo.
Pero una cosa es segura, todo lo que hoy hagamos o dejemos de hacer tendrá un resultado específico mañana. A corto, a mediano y a largo plazo, nuestras acciones, proyecciones y decisiones impactarán nuestro futuro (y el de nuestra familia). En la cosmovisión de Dios ésta es sumamente primordial. Ante sus ojos, no somos sólo individuos, sino que formamos parte de un grupo (la familia), de un cuerpo (la iglesia) y de un todo (la creación). Todo lo que hacemos, decimos o dejamos de hacer, afecta a otros, define nuestro destino, altera el curso del universo.
Jesús dijo que, si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto. (Juan 12:24) Este principio se aplica también a nuestra vida. No podemos cosechar aquello que no sembramos. Recibir algo sin haber dado nada antes es hermoso y es divino. Toda buena dádiva viene de lo alto, del Padre Celestial. Sin embargo, en el mundo terrenal, las leyes físicas, espirituales y morales fueron establecidas por Él. Nadie puede escapar a ellas. Si queremos cosechar cosas buenas, habremos de sembrar primero, con diligencia, nobleza y lealtad.
El tiempo de la siembra es un tiempo de trabajo, de esfuerzo, dedicación, esmero y sacrificio. Es la hora de labrar bajo el sol, regar, remover la tierra. Es decir, es un tiempo de actividad esforzada y constante, agotadora. Es un tiempo donde podemos estar sedientos, hambrientos, vacíos de aquello que aún no llega. Es un tiempo de trabajo y lucha por aquello que esperamos.
La siembra implica esperanza, fe, certeza de algo que llegará. Toda semilla contiene un código natural que dará mucho fruto luego de ser puesto y labrado en la tierra. La siembra implica paciencia, pues se requiere de tiempo para ver el fruto llegar. Las estaciones pasarán, pero el día de la cosecha llegará. Es también un tiempo de expectación y anhelo profundo. Es el tiempo de invertir, dar todo lo que tenemos, enfocar todo lo que somos, utilizar nuestros recursos, usar nuestras habilidades, activar las fórmulas correctas, prever y asegurar el futuro.
“No junten tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Junten tesoros y reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y donde no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde esté su tesoro, allí estará también su corazón.”
(Mateo 6:19-21)
No sólo es importante sembrar, sino qué sembrar. ¿En dónde invertiremos más de nosotros, de nuestro tiempo y de nuestra vida? ¿A qué le dedicaremos más esfuerzo? ¿A las cosas terrenales o al Reino de Dios? La sabiduría para dar en el blanco correcto es indispensable al decidir aquello que sembraremos.
La siembra es un aprendizaje, su resultado es la recompensa de ver la belleza del fruto natural de la misma. Pero tengamos cuidado con lo que sembramos, pues si sembramos para muerte en nuestros deseos corruptos, cosecharemos muerte y corrupción; pero si sembramos para vida (cosas positivas), increíbles bondades y bendición segaremos. Dios siempre añade ganancias a nuestra cosecha, en su infinita generosidad.