Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió.
Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada”. Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una carne.
Génesis 2:21-24
La idea contemporánea del matrimonio reside en el amor cortés (un término literario proveniente de Europa, en la Edad Media, el cual concebía al amor en forma noble y caballeresca, con pureza y sinceridad), y también en el romanticismo (que superpone el amor emocional al amor físico, aunque incluya este último y dé también lugar a la pasión).
Es por eso que el enamoramiento es lo que fundamenta las relaciones monogámicas de la cultura moderna, especialmente en occidente. Las personas se conocen, se enamoran y, ya sea en un periodo de tiempo corto, o después de algunos años, deciden unir sus vidas para siempre y formar una familia en el vínculo sagrado del matrimonio.
“…el vínculo sagrado del matrimonio…”
En muchas ocasiones, la desilusión no se hace esperar, y al menor atisbo de conflicto la pareja se sorprende, se desanima, se fractura, o pierde su primer hervor. Desgraciadamente, muchas parejas no logran comprender que sus expectativas no eran las adecuadas, ni tampoco pueden ver que el concepto del amor idealizado no es exactamente lo que Dios concibió cuando creó el matrimonio.
La mayoría de nosotros creemos que el fin del matrimonio es la felicidad personal; otros aseguran que es la procreación; algunos piensan que es el fin natural del ser humano; y, por supuesto, muchos ni siquiera creen en el matrimonio. Aunque todas las razones anteriores son parte del propósito de éste, la meta bíblica es diferente.
“la familia es el gimnasio de Dios”
Se ha dicho que “la familia es el gimnasio de Dios”, y es verdad. Es en el matrimonio donde somos llamados a conformarnos a la imagen de Cristo. Toda diferencia, toda controversia, todo problema que surge dentro del matrimonio debe ser enfrentado desde la óptica de las Escrituras, ya que los lineamientos a seguir están ahí establecidos. El amor emocional, el amor sexual y el amor pasional de la pareja deben estar sujetos al amor espiritual que Dios nos ordena desarrollar y hacer crecer. Esto es porque los retos del matrimonio y de formar una familia son muchos, y es muy difícil (si no es que imposible) enfrentarlos con el solo amor humano, o con el amor romántico. La roca sobre la que se fundamenta el matrimonio es Cristo, y sólo sobre esta roca prevalecerá.
Si no desarrollamos un carácter paciente, un amor no egoísta, el gozo de estar juntos, la unidad en el Espíritu, la amabilidad, la capacidad de perdonar, el compromiso de la fidelidad total, y si no ponemos por encima de nuestros propios intereses el valor del convenio matrimonial (que es entre dos personas y Dios), no podremos hacer perdurar la relación cuando las tempestades aparezcan. ¿Cómo nos purificaríamos si nuestra pareja fuera perfecta, no cometiera errores y estuviera siempre a nuestro servicio, sin que nosotros tuviéramos que estar a su servicio?
“…No te equivocaste de persona…”
No te equivocaste de persona (no te dejes seducir por la tentación de ese pensamiento); es el propósito de Dios que enfrentes los conflictos con tu pareja y logren superarlos. Él está observando todo para ver cómo vas a responder a las pruebas, cómo vas a reaccionar, qué vas a hacer al respecto. Muchos deciden justificar su divorcio y firman la sentencia; otros luchan y mantienen su relación en el camino de la paz, el mutuo entendimiento, el amor, ¡y la victoria que Dios concede a quienes le obedecen!
El matrimonio es el lugar más indicado para ejercitarnos en: el amor de Dios, el perdón, la compasión, el servicio, la lealtad, el uso de nuestros talentos, el esfuerzo, la piedad y el sacrificio. Es verdaderamente un gimnasio intensivo donde podemos aprender a amar más allá de la propia satisfacción, si tomamos la decisión de hacerlo.
En el matrimonio se aprende a amar de la manera en que Cristo nos mandó a amarnos. Cuando ambas partes logran dominar su ego, y hay una entrega incondicional, la armonía prevalece, la estabilidad se produce, se puede sembrar y cosechar, y el matrimonio se constituye en ese paraíso que Dios creó para que fuéramos libres, plenos, completos.