Las culpas son cargas pesadas que detienen nuestro progreso, nuestro aprendizaje y nuestra bendición.
Por Maleni Grider
Oí entonces una fuerte voz en el cielo que decía: Por fin ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios, y la soberanía de su Ungido. Pues echaron al acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro Dios. Ellos lo vencieron con la sangre del Cordero y con su palabra y con su testimonio, pues hablaron sin tener miedo a la muerte.
Apocalipsis 12:10-11
El Acusador de nuestros hermanos (y obvio, de nosotros mismos) es el diablo. Dice este verso que él nos acusa de noche y de día ante nuestro Dios. Su propósito es frustrar nuestro crecimiento espiritual, mantenernos bajo ataduras emocionales, o incluso físicas, truncar el propósito de Dios en nuestra vida, separarnos del señorío de Jesús, y hacernos caer de la gracia que Él nos ofrece. El enemigo de nuestras almas sabe que no podemos avanzar si no abandonamos lo que está atrás.
La verdad es que Dios ya nos perdonó. Dios nos perdona siempre. Las culpas son cargas pesadas que detienen nuestro progreso, nuestro aprendizaje y nuestra bendición. Pero, hay culpas falsas, que sólo son errores, y hay culpas verdaderas, resultado de pecados de los que somos responsables. Veamos algunos ejemplos de culpas falsas: el ama de casa que siente culpa cuando ocasionalmente sale a tomar un café con sus amigas, porque ha dejado a sus hijos por dos horas, incluso cuando los dejó con el padre o con los abuelos. La persona que al ir en reversa atropelló a un niño que se cruzó por detrás (no lo vio, fue un accidente). El soldado que en cumplimiento de su deber asistió a la guerra y en un ataque violento de los enemigos mató a alguien.
Hay culpas falsas, que son sólo errores o acciones a las que no responde nuestra voluntad. Y hay culpas verdaderas, acciones de maldad de las que somos responsables. Las primeras debemos simplemente dejarlas ir; las segundas, es necesario confesarlas y recibir el perdón de Dios para ser liberados. No quiero decir con esto que debemos tomar la culpa a la ligera, sino que es necesario que aprendamos a reconocer nuestros errores, aceptar nuestra culpa verdadera, y arrepentirnos de corazón para ser perdonados y no volver a cometer la misma falta.
Si tenemos que amar a otros como a nosotros mismos, por mandato divino, entonces tenemos que perdonarnos primero. No podemos amar sin perdonar. Verdaderamente, el principio del amor es el perdón. No hay amor sin perdón. Si Dios ya nos ha perdonado, ¿quiénes somos nosotros para no perdonarnos a nosotros mismos? Al hacer esto, lo que en realidad estamos haciendo es tomar el lugar de Dios (de juez).
En ocasiones, lo paradójico es que nos sentimos culpables por algo que no es pecado, como en los ejemplos anteriores, pero no somos capaces de reconocer nuestras culpas verdaderas, es decir, aquello que sí hicimos mal. Otras veces, perdemos algo a causa de nuestros pecados, pero nos lamentamos por aquello que perdimos y no por lo que hicimos mal. En otras palabras, no nos duele nuestro pecado contra Dios sino aquello que hemos perdido.
El apóstol Pedro es un ejemplo claro de alguien que se perdonó a sí mismo luego de traicionar a Cristo. En cuanto éste resucitó y le hizo saber que lo perdonaba, Pedro aceptó el perdón. Cuando el Espíritu Santo llegó a ellos en Jerusalén, Pedro se levantó frente a los varones israelitas inmediatamente, con decisión y poder, y les predicó acerca de la obra en la cruz. Ese día se convirtieron a la fe alrededor de tres mil personas.
Otro ejemplo grandioso es el apóstol Pablo, quien fuera un hombre terrible antes de su conversión. Asesino, perseguidor de cristianos, sanguinario, se arrepintió, fue perdonado y, luego de aceptar el perdón y perdonarse a sí mismo, predicó con denuedo y hasta la muerte, llevando el evangelio a lugares lejanos. ¿Qué habría pasado si él no se hubiera perdonado a sí mismo a pesar de que Dios lo perdonara? Para empezar: no tendríamos dos terceras partes del Nuevo Testamento (escritas por él). Y el evangelio no se hubiera llevado a los gentiles.
Cuando no nos perdonamos a nosotros mismos, invalidamos el sacrificio de Jesús. Él pagó con su vida para que pudiéramos ser perdonados. Para nosotros, los hijos de Dios, la culpa prolongada es algo inútil. ¿Te estoy invitando a perdonarte? Sí. No hay nada más que hacer. Jesús pagó con su vida por ese perdón. Y su sacrificio fue suficiente. Toda culpa ha sido cubierta con su sangre.