“Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar…”
Cuando Jesús llamó a Pedro y a Andrés a ser sus discípulos, pronunció estas palabras: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Por supuesto que el Señor sabía que ellos se dedicaban a la pesca y eso lo motivó a lanzar esta metáfora para invitarlos a seguirlo. Pero ¿qué quiso decir el Maestro? En pocas palabras les estaba diciendo: “Ustedes atrapan peces; de estar vivos en el mar, los traen a la muerte para luego venderlos o comerlos… Pero yo los enseñaré a pescar hombres, a llevar a los hombres de la muerte a la vida”.
Cristo nos llama a seguir sus pisadas, caminar con Él, proclamar el evangelio y llevar luz a donde hay oscuridad. Quiere que pesquemos almas, que las conduzcamos de la muerte a la vida. Andrés y Pedro dejaron sus redes y sus barcas para ir en pos de Jesús. Parece que no tomaron mucho tiempo para pensarlo, simplemente decidieron ir con Él. A cambio, Dios los convirtió en apóstoles, fundadores del Cristianismo.
“…no dudaron y lo dejaron todo…”
Una característica que seguramente Cristo vio en estos pescadores fue su dedicación a la pesca, su trabajo esforzado. Dice el evangelio que habían pasado toda la noche tratando de pescar, pero no habían encontrado nada. Entonces Jesús le pidió a Pedro que echara las redes otra vez, pues quería mostrarle lo que Él podía hacer. La pesca milagrosa enseñó a Pedro y Andrés el poder del Mesías. Por eso, cuando éste les pidió seguirlo, no dudaron y lo dejaron todo.
Ellos establecieron una relación íntima con Jesús, quien se convirtió en su Señor y promovió una comunión con los discípulos, además de instruirlos en el amor de unos por otros. Cristo quería, utilizando sus personalidades y talentos, darles una gloria más grande. Cuando ya el Salvador había ascendido al cielo, luego de su resurrección y su aparición a los discípulos, ellos hicieron grandes prodigios. El primer día que Pedro predicó el evangelio, tres mil personas se convirtieron al cristianismo; y la propia sombra del apóstol, al caminar por la calle, sanaba a los enfermos.
“sígueme”
Dios busca personas trabajadoras para su reino, personas que estén dispuestas a renunciar a sus propios planes y deseos para servirlo a Él y a otros. La renunciación es necesaria para ejercer un ministerio en el Reino de Dios. Aunque la mayoría de las personas han sido llamadas a servir en sus familias o en sus empleos, otras son llamadas de manera específica a servir de tiempo completo y dedicar su vida a la obra de Dios, en diferentes áreas que el Señor establece para ellos.
La comunión con Dios es lo primero que debemos buscar en nuestra vida, así como un servicio genuino a nuestros seres queridos y a la iglesia local. Convertirse en pescadores de hombres significa que podemos predicar el evangelio en cualquier lugar donde nos encontremos, servir a otros, mostrarles el amor de Cristo a través de nuestras acciones, prodigar caridad a quien la necesite y, en ocasiones, ir por metas mucho más altas y gloriosas a las que Dios nos invita.
El Señor nos dice “sígueme”, y su deseo es que vivamos una vida junto a Él para mostrarnos el mundo espiritual que naturalmente no conocemos. Pero jamás nos forzará a aceptar su invitación. Depende de nosotros el tomar una decisión, poner en primer lugar su llamamiento a servirle cada día, y empezar a seguir sus pasos de manera estrecha, tal como lo hicieron aquellos grandes pescadores de hombres que fueron los discípulos.