Si tan sólo supiéramos lo que Dios está dispuesto a dar cuando en oración intercedemos por nuestros semejantes.
Por Maleni Grider
Para viajar en avión, en tren, en autobús; para ir al cine, al teatro, al auditorio; para participar en eventos, rifas, concursos, todos necesitamos adquirir boletos. ¡Nos encanta comprarlos!… ¿Y qué tal cuando alguien nos regala tickets para algo? ¡Es increíble recibir boletos gratis!
Aquí les tengo una historia: un joven de veinticinco años recibe boletos gratis de su amigo para ir a un viaje. Por supuesto, el joven se llena de alegría y se va de viaje. A su regreso le cuenta todo a su amigo y le agradece una vez más por los tickets. Como tiene curiosidad, le pregunta a su mejor amigo cómo es que consiguió los boletos. Entonces su amigo le responde “Ah, mi papá pagó por ellos y te los dio”.
El muchacho se sorprende y dice: “Wow, ¡qué padre tan buena onda tienes! No sabes cuánto estaba necesitando un viaje para reencontrarme conmigo mismo y resolver algunos asuntos dolorosos dentro de mí”. Su amigo le responde: “Sí, ya lo sé, así es mi padre de increíble. Me alegra que te hayan beneficiado los boletos”.
Esa tarde, el amigo que regaló los boletos llega a su casa y su padre lo llama. Entonces le pregunta: “Hijo, en mi estado de cuenta del banco aparecen unos boletos para ir a Hawai, ¿sabes algo de esto?” El muchacho, con toda tranquilidad, le contesta: “Ah, sí pa’, le regalé unos boletos a mi mejor amigo porque estaba pasando por un momento difícil, pero se me olvidó decirte. De cualquier modo, le hice saber que iban de tu parte”. El padre del muchacho, con una sonrisa de satisfacción, le contesta a su hijo: “Está bien, hijo, ¡bien hecho! Gracias por usar mi dinero para una buena causa”.
En nuestra vida, a veces vemos el sufrimiento de otras personas y pasamos de largo, incluso cuando se trata de miembros de nuestra propia familia. Pero ¿sabes? Tenemos un Padre al que podemos acudir en nombre de otros. Podemos llegar y pedirle a Dios todos los boletos que puedan ayudar a otras personas, sin que Él se moleste. Dios es rico en misericordia, poseedor de todas las riquezas espirituales. ¿Cómo es que no acudimos a Él a favor de otros?
Si tan sólo supiéramos lo que Dios está dispuesto a dar cuando en oración intercedemos por nuestros semejantes, no dudaríamos en sacar de su cuenta bancaria celestial todos los recursos que ha puesto a nuestra disposición para socorrer a otros. Nuestra actitud debería ser la de un gran amigo, y más a menudo deberíamos venir ante el Padre para rogar, clamar y llorar delante de Él: “Padre, éste es mi hermano, quien en este momento está sufriendo, y vengo a ti a pedirte que lo bendigas, que lo liberes, que le des el sustento y lo satures de sabiduría. Padre, consuélalo, ayúdalo, Padre, éste es mi amigo, y también es tu hijo, necesito que lo ayudes”.
Presentar a nuestros hermanos delante de Dios cuando sufren, dar un paso de fe por ellos, especialmente cuando están desalentados o debilitados por la angustia o el sufrimiento, es como comprarles un boleto directo al favor de Dios y a su misericordia. Nuestro Padre escucha las oraciones de sus hijos, nos trata como a hijos, y nos da privilegios que deberíamos buscar cada día con desesperación, a favor nuestro y de los demás.
Acostúmbrate a mirar a tu alrededor, busca a quien necesite boletos de parte de Dios, ¡y regálale unos! Tu Padre se alegrará de que lo hayas hecho.