La Iglesia para el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y universalidad, un solo Cuerpo. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia»
Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Catholic.net
No es raro escuchar de labios de algún católico: «Yo amo a Jesús pero no me importa la Iglesia». Creo que esta opinión, para muchos, es simplemente un pretexto para seguir viviendo como «católicos a su manera». No hacen caso a la Iglesia, no van a la Misa, no quieren prepararse para recibir dignamente los sacramentos, no hay obediencia a la Jerarquía eclesiástica, sólo cuando les conviene se acercan a la Iglesia y dicen que siguen la religión «a su manera».
Otros, no sin dolor, van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero al margen de la Iglesia. Ellos se separan de su Iglesia porque no ven una clara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; sienten que el lenguaje y la vida de los católicos están alejados del Evangelio.
La Iglesia no es algo abstracto. Somos nosotros, laicos y pastores, comunidad creyente, su rostro visible. La Iglesia es humana y divina a la vez. Y sabiendo que esta Iglesia lleva en sus miembros las huellas del pecado, es necesario que nos preguntemos muy en serio: ¿Qué Iglesia confesamos, en qué Iglesia creemos, en qué Iglesia servimos? La respuesta es clara: Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia que Jesucristo realmente quiso. Todo lo que digo aquí no es un invento de hombres, es Cristo mismo el que nos lo enseñó. Leamos con atención en la Biblia y meditemos juntos las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su Iglesia.
¿Qué nos enseña la Biblia?
En el Antiguo Testamento, Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo. De entre todas las razas Yahvé Dios eligió a Israel como su Pueblo e hizo una alianza, o un pacto de amor, con este pueblo.
Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.
¿Cómo preparó Jesús su Iglesia?
1. Jesús comenzó con el anuncio del Reino de Dios.
En su primera enseñanza el Señor proclamó: «Ha llegado el tiempo, y el Reino de Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el evangelio de salvación» (Mc. 1, 15). Pero el pueblo de Israel rechazó a Jesús como Mesías y Salvador y no aceptó sus enseñanzas. Por eso Jesús comenzó a formar un pequeño grupo de discípulos y mientras enseñaba a la multitud con ejemplos, a sus discípulos les explicó los misterios del Reino de Dios (Lc. 8, 10)
2. Entre los discípulos, el Señor escogió a Doce Apóstoles (enviados) con Pedro como cabeza.
«Los Doce» serán las células fundamentales y las cabezas del nuevo pueblo de Israel ( Mc. 3, 13-19 y Mt 19, 28). Para los judíos «doce» era un número que simbolizaba la totalidad del pueblo elegido (como las doce tribus de Israel). Y el hecho de que haya Doce apóstoles anunció la reunión de todos los pueblos en el futuro nuevo Pueblo de Dios. Jesús preparó a sus apóstoles con mucha dedicación: Los inició en el rito bautismal (Jn. 4, 2), en la predicación, en el combate contra el demonio y las enfermedades (Mc. 6, 7-13), les enseñó a preferir el servicio humilde y a no buscar los primeros puestos (Mc 9, 35), a no temer las persecuciones (Mt. 10), a reunirse para orar en común (Mt. 18, 19), a perdonarse mutuamente (Mt. 18, 21). Y también preparó a sus apóstoles para hacer misiones dentro del pueblo de Israel (Mt. 10, 19). Después de la Resurrección de Jesús recibieron la orden de enseñar y bautizar a todas las naciones (Mt. 28, 19).
3. Entre los Doce, Pedro es quien recibió de Jesús la responsabilidad de «confirmar» a sus hermanos en la fe (Jn. 21, 15-17).
Además Jesús lo estableció como una roca de unidad: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán nada contra ella» (Mt. 16, 18).
A Pedro, «la roca» que garantizó la unidad de la Iglesia, Jesús le dio la responsabilidad de mayordomo sobre la Iglesia. Es Pedro el que abre y cierra las puertas de la Ciudad celestial y él tiene también en sus manos los poderes disciplinares y doctrinales: «Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que tú prohíbes aquí en este mundo quedará prohibido también en el cielo, y lo que tú permitas en este mundo quedará permitido en el cielo».
A los Doce, Jesús les encargó la renovación de la Cena del Señor: «hagan esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). También les dio la responsabilidad de «atar y desatar», que se aplicará especialmente al juicio de las conciencias. (Mt. 18, 18). «Reciban el Espíritu Santo. Si ustedes perdonan los pecados de alguien, éstos ya han sido perdonados; y si no los perdonan, quedan sin perdonar» (Jn. 20, 22-23).
4. Estos textos de los evangelios revelan ya la naturaleza de la Iglesia, cuyo creador y Señor es Jesucristo mismo.
Jesús dio claras indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una Iglesia que será acá en la tierra signo del Reino de Dios. Además Jesús quiso realmente su Iglesia construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en su Iglesia por el ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la Eucaristía. Y el poder del Infierno no podrá vencer a esta Iglesia.
La Iglesia nació en la Pascua y en Pentecostés
La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, es aquella por la que El murió. Con su muerte y resurrección en la Pascua, Jesús terminó la obra que el Padre le encargó en la tierra. Pero el Señor no dejó huérfanos a los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que les envió su Espíritu en el día de Pentecostés para reunir y santificar a estos hombres en un Pueblo de Dios (Jn. 20, 22).
Es en el día de Pentecostés cuando la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación (Hch. 2). Es la Iglesia la que convoca a todas las naciones en un nuevo Pueblo para hacer de ellas discípulos de Cristo (Mt. 28, 19-20). (La palabra griega «ecclesía», que aparece en el N. T. 125 veces, significa en castellano «asamblea convocada» o «Iglesia»). Quienes crean en Jesucristo y sean renacidos por la Palabra de Dios vivo (1 Ped. 1, 23) no de la carne, sino del agua y del Espíritu (Jn. 3, 5-6), pasan a constituir una raza elegida, un reino de sacerdotes, «una nación santa».
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo
El Apóstol Pablo es el autor inspirado que más escudriñó el profundo misterio de la Iglesia. Cuando en aquel tiempo Saulo perseguía a la Iglesia, el mismo Señor se le apareció en el camino de Damasco. Allí Saulo tuvo la revelación de una misteriosa identidad entre Cristo y la misma Iglesia: «Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues» (Hch. 9, 5). Y en sus cartas, Pablo sigue reflexionando sobre esta unión misteriosa entre Cristo y su Iglesia. Sigamos ahora la meditación del apóstol Pablo sobre la Iglesia. La realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo» ilumina muy bien la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia no está solamente reunida en torno a Cristo; está siempre unida a Cristo, en su Cuerpo. Hay cuatro aspectos de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo» que Pablo resalta específicamente.
1 «Un solo Cuerpo».
La Iglesia para el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y universalidad, un solo Cuerpo (Ef. 4, 13). Es el lugar de reconciliación de los judíos y gentiles. (Col. 1, 18, 23). El Espíritu Santo hace a los creyentes miembros del Cuerpo de Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos venido a formar un sólo Cuerpo por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13). Además esta viva unión es mantenida por el pan eucarístico «Aunque somos muchos, todos comemos el mismo pan, que es uno solo; y por eso somos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17).
2. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col. 1, 18).
Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo para que, estando más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su Cuerpo» (Ef. 1, 22). Cristo es distinto de la Iglesia, pero Él está unido a ella como a su Cabeza. En efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los miembros; el hombre entero es Él y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno, por tanto, el «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.
3. La Iglesia es la Esposa de Cristo.
La unidad de Cristo y su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para Pablo también una relación muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. (Ef. 5, 25). Esta imagen arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo: «Los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, se lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5, 31-32).
4. El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en todas partes del cuerpo.
El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo. «Hay un solo cuerpo y un solo espíritu». Y por Cristo todo el cuerpo está bien ajustado y ligado, en sí mismo por medio de la unión entre todas sus partes; y cuando una parte trabaja bien, todo va creciendo y desarrollándose con amor (Ef. 4, 4). Los distintos dones del Espíritu Santo (dones jerárquicos y carismáticos) están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. (1 Cor. caps. 12 y 13).
5. Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia
En el Nuevo Testamento encontramos distintas imágenes que describen el misterio de la Iglesia. Muchas de estas figuras están ya insinuadas en los libros de los profetas, y son tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales. No podemos en esta carta analizar todas estas figuras que representan la Iglesia. Sería demasiado largo. Solamente quiero referirme a las imágenes más importantes de la Iglesia con sus respectivos textos de la Biblia. Es una buena oportunidad para que ustedes lean y mediten personalmente con la Biblia. En el N. T. la Iglesia es presentada como: «aprisco o rebaño» (Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y Jn. 15, 1-5), «edificio y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y Jerusalén Celestial» (Gál. 4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap. 12, 17 y 19, 7).
Resumiendo
1. La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).
2. La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles «escogidos por Jesús bajo la acción del Espíritu Santo (Hch. 1, 2). Y los apóstoles confiaron la Iglesia a sus sucesores que, por imposición de las manos, recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim. 1, 6).
3. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es «columna y soporte de la verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el depósito de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1, 13). Es decir, de explicarlo sin error.
4. La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por medio del Evangelio (Ef. 3-10), nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5), alimentada con un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida en un solo Pueblo de hijos de un mismo Dios y Padre (Gál. 3, 28).
5. La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó» (Jn 13, 34). Esta es la ley «nueva» del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13).
Después de esta breve reflexión bíblica acerca de la Iglesia de Cristo, no puedo comprender cómo un cristiano puede decir: «Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia». Esta manera de hablar es simplemente mutilar el Mensaje de Cristo y refleja una gran ignorancia de la verdadera Fe cristiana.
La Iglesia es la continuación de Cristo en el mundo. En ella se da la plenitud de los medios de salvación, entregados por Jesucristo a los hombres, mediante los apóstoles. La Iglesia de Cristo es «la base y pilar de la verdad» (1 Ti. 3, 15); es el lugar donde se manifiesta la acción de Dios, en los signos sacramentales, para la llegada de su Reino a este mundo.
Así que aceptar a Cristo significa aceptar su Iglesia. El «Cristo total» es Cristo y la Iglesia. No se puede aceptar a Cristo y rechazar su Iglesia. Dijo Jesús a sus Apóstoles y discípulos: «El que a ustedes recibe, a Mí me recibe. Y el que me recibe a Mí, recibe al que me ha enviado. Como el Padre me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes».
La verdadera Iglesia de Jesús se reconoce en la Iglesia Católica a la que nosotros tenemos la dicha de pertenecer. Cierto que la Iglesia es a la vez santa y pecadora, porque está formada por seres humanos, pero es la única que entronca y conecta con los Apóstoles y con Cristo. A nosotros corresponde crecer día a día en santidad para que brille en ella el rostro de la verdadera Iglesia de Cristo. Y, siendo esto así, cometería un grave error quien la desconociera. Así que no más cristianos «a mi manera», sino a la manera que Cristo dispuso. Y Cristo quiso salvarnos en su Iglesia que es Una, Santa, Católica, y Apostólica.