Regnum Christi México

El ADN Ignaciano en la espiritualidad del Regnum Christi

Regnum Christi
En el Regnum Christi en particular, una parte de nuestro patrimonio espiritual, uno de esos hombros que nos han hecho ver más lejos, viene de la espiritualidad ignaciana.

Por P. Evanibaldo Díaz. L.C. en RC+

“Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes…” se suele decir, para expresar que en la construcción del mundo no llegamos solos, sino que gozamos de las enseñanzas que han dejado otros. En la espiritualidad y en apostolado no es diferente y, en el Regnum Christi en particular, una parte de nuestro patrimonio espiritual, uno de esos hombros que nos han hecho ver más lejos, viene de la espiritualidad ignaciana.

Los Jesuitas tenían una frase que resumía y al mismo tiempo insinuaba su estilo propio:  “nuestro modo de proceder”. Nadie podría haberlo definido o concentrado, porque era algo que fluía de la visión del mundo de la Compañía y que el jesuita había asimilado e integrado en su propia visión: la había hecho suya.  Era un “algo” capaz de ser criterio para distinguir si una cosa se adecuaba a su carisma o no; en síntesis, una brújula que apuntaba como norte a su identidad y a su misión. Ese “modo de proceder”, en algunos de sus rasgos, ha alimentado y enriquecido la vida del Regnum Christi. Sin dejar de lado que poseemos unos rasgos distintivos como cada carisma de la Iglesia, también nos hemos nutrido de notas que ofrece la tradición de la Iglesia y que le han llegado a través de santos o institutos. Aquí mencionaré sólo tres elementos que pueden iluminarnos y ayudar a revivir, valorar y amar lo esencial de nuestro carisma.

El primero  elemento es el magis, un adverbio latino que significa más y que mostraba al jesuita el ideal de ir siempre más allá, de buscar la excelencia y el heroísmo. Este anhelo quedó plasmado en el lema que, durante muchos años, marcó el ideal de la Compañía “para mayor gloria de Dios”. El magis es muestra de la magnanimidad o grandeza de un alma que busca, que tiene sed y no se detiene en el camino de la evangelización y para el que cualquier frontera, sea del tipo de que sea, es un obstáculo salvable. El miembro del Regnum Christi, por su parte, aporta lo mejor de sí mismo a través de su propio liderazgo, persigue esa excelencia y profesionalismo en su vida personal y en su acción apostólica (cfr. EFRC[1] 10) y vive un sentido de urgencia y de aprovechamiento del tiempo de cara a la eternidad, para lograr fecundar el mundo de manera profunda, duradera y dinámica (cfr. EFRC 21 y 36). No se conforma con hacer el bien, quiere hacerlo de una manera que incida en su presente (cfr. EFRC 39).

Es consciente también del esfuerzo e incluso del combate que exige la vida del apóstol, que no puede sentir sino fuego en el corazón (cfr. EFRC 10). Llegar al magis implica luchar la batalla que significa nuestra estancia en el mundo (cfr. Job 7, 1).

En mi experiencia personal, la vivencia de los cursos de formación del verano del Regnum Christi para jóvenes, y en los que he participado desde hace doce años, me han hecho ver cómo el joven que llega es diferente al que se va. Su alma, su corazón, su mentalidad y sus hábitos van cambiando a través de los pequeños detalles, de las conversaciones, de la sana competitividad, de la amistad en Cristo, de la oración contemplativa, de la planeación de apostolados, del darse cuenta de que el Reino va mucho más allá de los límites de mi sección o mi ciudad. Es una experiencia que los lleva a más, magis, y que los ayuda a avanzar en su madurez en Cristo.

El segundo elemento viene de los ejercicios espirituales ignacianos -propuestos cada año para los sacerdotes legionarios y que se proponen de manera más general también para los miembros laicos del Movimiento[2] – “en los que la Iglesia ha reconocido una inspiración de Dios para conducir al alma al encuentro con Dios y consigo misma, al desprendimiento del pecado, y a hacer la verdad en la caridad”[3].

Los ejercicios tienen muchas facetas: la vida de examen constante, la oración contemplativa, el enfoque eminentemente cristocéntrico, el discernimiento. Las reglas del discernimiento de San Ignacio iluminan la toma de decisiones y la vida espiritual. Son principios para tomar decisiones, conocer y hacer la verdad en la propia vida, ordenarla y conformarla con Cristo. En el Movimiento, la actividad del Encuentro con Cristo concentra varias de estas facetas: la reflexión evangélica y la oración espontánea, además de un espacio para la oración personal y comunitaria, preparan el corazón para la revisión de vida. El ver, juzgar y actuar que se comparte en el equipo concreta la dimensión del discernimiento personal y comunitario porque, a la luz del evangelio, se plantean preguntas y se buscan respuestas que hagan fecunda la Palabra de Dios hoy. El discernir está abocado a la acción -los mismos ejercicios espirituales tiene esa finalidad- y en el encuentro con Cristo no se busca sólo identificar los males, tener pensamientos piadosos o encender sentimientos momentáneos; sino llegar a la incidencia, a la acción que nace de entender, acoger, integrar el bien y transformar la propia vida y el entorno. En síntesis, es un ejercicio de oración que se hace vida y apostolado, que busca ser respuesta en el aquí y ahora (cfr. EFRC 38) a las preguntas que el mundo nos lanza.

Es aquí donde cada uno pone en juego sus cualidades, cada uno tiene una experiencia de Cristo que es valioso transmitir y una misión personalísima con la que enriquece al mundo y a la Iglesia. De ahí que cada persona es importante y merece una atención personal porque Cristo nos sale al paso a cada uno (cfr. EFRC 34) y nos invita a inspirar, guiar y acompañar a otros en ese camino (cfr. EFRC 36).

Un tercer elemento lo tomo de dos frases de la espiritualidad ignaciana que esconden y al mismo tiempo muestran unas disposiciones interiores propias también del hombre o mujer del Reino: “todo el mundo es nuestra casa” y “vivir con el pie levantado”. La primera refleja la astucia evangélica (cfr. Mt 10, 16) en el encontrar los “cómos” de la nueva evangelización, que es no sólo capacidad de adaptación a tiempos y lugares sino un rasgo del espíritu manifestado en el celo apostólico y en la búsqueda de almas para el cielo (cfr. EFRC 20, 2). El hombre o la mujer del Reino busca el “cómo sí” de la fe y de la evangelización, no se cierra ante las barerras y es consciente de que el mensaje de Cristo es capaz de hacer fecunda cualquier realidad humana, porque es un mensaje llamado a dar vida (cfr. EFRC 17).

La segunda frase habla de la prontitud, de la flexibilidad, de no estacionarse y acomodarse en el estilo que ha funcionado hasta hoy sin exigirse caminos nuevos y retadores; es la disposición del soldado que, incluso en el momento menos esperado -cuando come o cuando duerme- se levanta y lucha de manera creativa porque cada oportunidad es importante y porque el enemigo no se deja vencer. La respuesta del hombre o mujer del Reino no es sólo adecuada sino pronta, porque siente la urgencia de evangelio y está dispuesto a dar generosamente su vida por el ideal que la inspira (cfr. EFRC 21). Para poder hacer esto es necesario liberarse de los apegos y llegar a la indiferencia, actitud que los ejercicios espirituales proponen también al final del principio y fundamento.

Como miembros del Regnum Christi, estamos llamados a conocer la visión del mundo propia de nuestra espiritualidad y a hacerla parte, es decir,  integrarla en nuestra vida. Esa visión será nuestra brújula en el vivir, actuar y evangelizar como hombres o mujeres del Reino, que buscan no sólo vivir un carisma sino compartirlo con los demás; es un aprender a  leer la realidad con estos principios, porque son actitudes de vida que el apóstol comprometido está llamado a encarnar.

Cuando nos preguntamos quién va a cambiar el mundo lo primero que tenemos que hacer es mirarnos al espejo y ver que “de mí depende” (cfr. Ritual del Regnum Christi, rito de asociación), que no estamos solos y que la gracia de Dios es la que realmente hace el trabajo. Sin embargo, esa gracia se sirve de canales que hacen vida ese regalo de la Iglesia que es el carisma del Movimiento.

Hace poco tuve dos experiencias: la primera fue la organización de una jornada de liderazgo con los jóvenes de la sección, pero como una propuesta hacia afuera para el que quisiera aprovecharla. Es interesante, ver cómo la idea crece, se desarrolla, se hace proyecto y se realiza en la medida en que cada uno pone sus cualidades a trabajar y es consciente de que su compromiso no es indiferente. El lema de la jornada precisamente fue “de mí depende”.

La segunda, muy reciente, fue un análisis de la propia sección con un grupo de formadores. Había distintas visiones, pero al final todas se integraban en una: incidir en el mundo para Cristo. Es muy gratificante ver cómo el mismo carisma hace vibrar corazones tan diferentes para unirlos en un camino de evangelización.

Invitación a la acción: preguntarnos qué significan los Estatutos para mí y para mi sección, cómo se pueden hacer vida y con qué acciones. De ahí nacerá un amor por lo propio y un rasgo también propio con el que mi sección está llamada a enriquecer el cuerpo del Movimiento.  El Espíritu Santo no dejará de sorprender e iluminar el discernimiento teniendo siempre a Cristo como criterio, centro y modelo.

[1] Estatutos de la Federación Regnum Christi.

[2] Señor, ensénamos a orar, pg. 72.

[3] Christus Vita Vestra (Ratio Institutitionis de la Legión de Cristo), 535.

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