Por: P. José Pablo Poblete, L.C.
Un violín tiene cuatro cuerdas. Cada una de ellas es una nota diferente, y éstas son Sol, Re, La, Mi, en orden de más grave a más aguda. El sonido en el violín se da cuando estas cuerdas vibran, sea por el arco o por un dedo, y el sonido se transmite por el puente y luego por el alma a toda la caja del instrumento.
Estas cuatro cuerdas, para que tengan un sonido armónico, tienen que estar afinadas entre ellas. De poco sirve tener la cuerda de Re en el tono correcto si luego las otras no están en condiciones de producir una correcta acústica. Por ello, aunque cada cuerda es única y tiene notas que no le corresponden a las demás, solamente cuando están todas coordinadas entonces transmiten de manera natural la mejor música de Vivaldi, de Bach, de Coldplay o de quien quieras.
De manera análoga sucede esto en el alma de cada ser humano. En ella existen cuatro cuerdas principales, en la relación con Dios, con los demás, con la Creación y con uno mismo. Cada una de estas “cuerdas” interiores tiene un registro y un sonido diferente, pero cuando están todas afinadas permiten que el alma camine de manera ordenada.
Esta es la base de la formación en la vida de un miembro del Regnum Christi, e incluso se puede decir que es lo que la Federación busca para todos sus miembros. Pero existe una quinta cuerda en el violín, que necesita estar en su afinación exacta para lograr la armonía en los sonidos. Es una cuerda desconocida e incluso no nombrada de manera explícita en los Estatutos de la Federación. Nos referimos a la cuerda del silencio.
En la música el silencio es parte esencial de la composición, incluso viene designado con diferentes signos para mostrar su presencia en medio de las partituras. En todas las conversaciones son imprescindibles las pausas para que el mensaje se pueda entender entre los interlocutores. Al escribir es necesario poner un espacio entre palabra y palabra para que sea comprensible el mensaje, como se ve a lo largo de todo este artículo que estás leyendo.
El silencio es la cuerda que es a la vez invisible e imprescindible. El silencio es la quinta cuerda que nadie ve, y a la vez es la más usada. El silencio es la quinta cuerda que da armonía a la comunicación y permite que el alma pueda realmente entrar en contacto con otra persona, y sobre todo con Dios.
Si eres del Regnum Christi, entonces eres contemplativo, al menos estatutariamente[1]. Es decir, descubres la presencia y el amor de Cristo en tu corazón, en el prójimo y en el mundo. ¿Es así? La manera de poder realizar este descubrimiento de Dios en la vida ordinaria pasa necesariamente a través de la cuerda del silencio. Silencio para percibir la perfecta creación que rodea una ciudad caótica llena de ruido y de contaminación. Silencio para reconocer en el prójimo, en medio del trabajo o de una fiesta, el designio eterno de Dios de llevar a esa persona a la vida eterna. Silencio para reconocer entre las alegrías del éxito o las lágrimas del dolor que Dios está queriendo dar una palabra profunda en el corazón.
El silencio es lo que permite encontrar en medio de todo al Creador que sale al paso de la creatura para elevar su mirada y adquirir el don de la sabiduría que permite traspasar la realidad de las cosas encontrando el sentido real de las realidades temporales.
Uno de los momentos ideales para tocar sinfonías de silencio en el corazón del miembro del Regnum Christi se da en los triduos de asociación o renovación[2]. Tres días alejados materialmente del ruido para escuchar los estruendos silenciosos del Espíritu Santo que viene a dejar en claro las verdades últimas de la vida de cada persona. Oír el principio y fundamento, la realidad del pecado, re enamorarse de la vida de Cristo y percibir la potencia de la Pasión y de la Resurrección.
Mientras más silencio existe en el corazón, y de paso también externamente, en esos momentos, entonces mejor es la sincronización de la propia alma con el latido del Corazón traspasado de Cristo. La sístole y la diástole del mundo son sincopadas y a veces arrítmicas, y es necesario poder percibir el ritmo de caridad y de entrega al Padre del corazón de Cristo, para poder realmente encauzar bien la propia vida. El silencio no es solo un factor “agradable” para el desarrollo de un retiro o de un triduo, es el ambiente ideal donde se pueden desarrollar las raíces que luego sostendrán la propia vida.
Para ser capaz de realmente reconocer la primacía de Dios en la propia vida no basta con analizar los hechos del día, es necesario a lo largo de la jornada tener un ambiente de silencio interior que permita ir marcando en la memoria la presencia de Dios, el paso de su sombra entre nosotros.
En el violín cada cuerda pasa por una clavija grande que aprieta o afloja la tensión, y también existe un micro afinador que lleva la cuerda a su perfección en la afinación. Así también la cuerda del silencio tiene su clavija y su micro afinador en la propia vida a través de los momentos de adoración, de examen de conciencia y de contemplación. No hay fórmulas para encontrar la afinación exacta de toda la vida, pero algo sí es seguro, si la quinta cuerda está afinada, entonces el buen oído interior permitirá con claridad saber por dónde Dios está guiando al alma.
Qué necesario es dejar de tocar un poco el ritmo cotidiano, afinar las cinco cuerdas de la propia relación con los demás y con uno mismo, y luego ya volver con maestría a las partituras de la vida disfrutando de un sonido armónico que nos llena el alma y nos lleva a la plenitud.
Invitación a la acción:
Te invitamos a vivir parte de este silencio en tu vida ordinaria, tal vez en el carro o en tu casa antes de dormir. Esos cinco minutos de entrar en ti mismo, dejar de lado la música y las preocupaciones, son lo que te permitirán luego acoger de mejor manera el ritmo y los sonidos de la vida, descubriendo a Dios en medio de todo ello.
[1] El número 20 de los Estatutos de la Federación Regnum Christi comienza señalando “somos contemplativos y evangelizadores”.
[2] En el número 5 del Reglamento de los Fieles Asociados se muestra el triduo o los ejercicios espirituales como una práctica recomendada para los miembros del Regnum Christi.