Todos creemos saber lo que es el amor. Pensamos que sabemos amar. Es más, creemos que damos tanto, que siempre estamos pidiendo algo a cambio.
Por Maleni Grider
El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará.
1 Corintios 13:4-8a
Todos creemos saber lo que es el amor. Pensamos que sabemos amar. Es más, creemos que damos tanto, que siempre estamos pidiendo algo a cambio. Y si no nos lo dan, lo demandamos. Incluso hasta nos enfadamos y criticamos a los demás “por no amarnos”. Nos indignamos y nos damos por vencidos con esa persona.
Hay una frase popular que dice “el amor es ciego”. Se refiere a que mientras estamos bajo el influjo del enamoramiento no podemos ver los defectos del otro, sino sólo sus cualidades. Digamos que ocurre un “efecto óptico” y no podemos mirar lo malo en el otro sino sólo lo bueno.
Sin embargo, el verdadero amor no es ciego. El amor bíblico puede ver todo lo peor del otro, pero elige ver lo mejor. El verdadero amor ve propósito, gracia, valor, talento en el otro. Siempre recuerda lo mejor, y no lo peor de otros. El verdadero amor no es un sentimiento de infatuación pasajero, sino un acto de la voluntad permanente, una decisión madura, una acción premeditada.
Basados en el capítulo sobre el amor de 1 Corintios 13, podemos decir lo siguiente:
El amor cree lo mejor de otros. El amor no es malpensado, no busca la falta ni mira el defecto en el otro, sino que piensa lo mejor de otros, los disculpa si fallan, los justifica si ofenden. Porque el verdadero amor busca motivos y pretextos para amar.
El amor habla lo mejor de otros, y a otros. Un ejemplo clásico es el de los padres que aman a sus hijos y siempre destacan sus habilidades y éxitos frente a otros. El amor dice a otros lo maravillosos que son, no los sobaja ni humilla. El amor exalta verbalmente las cualidades y potenciales de la otra persona.
El amor ve lo mejor de otros. Como ya dijimos, el amor verdadero decide no enfocarse en los defectos del otro sino en sus aciertos. Ve siempre lo mejor en el otro, aunque a veces esa persona no pueda ver sus propias cualidades. Saber que alguien ve el oro en ti, te transforma.
El amor piensa lo mejor de otros. El amor tiene siempre pensamientos positivos acerca de otra persona, no importa que ésta tenga aciertos y desaciertos. El amor piensa que la próxima vez lo hará mejor, y ve a los demás como personas victoriosas.
El amor es tratar de lo mejor a otros. El amor no trata mal a nadie. El verdadero amor es amable, cortés, caballeroso. La caballerosidad no es algo antiguo, pasado de moda, sino que es el carácter de Cristo Jesús, que ama a la mujer y la trata con respeto, con dignidad, con delicadeza, como a hija de Dios.
El amor aprecia lo mejor de otros. El amor de verdad no toma en cuenta las ofensas ni guarda el historial de éstas. El amor aprecia lo mejor de otros.
El amor no ve lo exterior sino lo interior. El amor verdadero ama no sólo lo que ve sino lo que no puede ver. No ama sólo el cuerpo de otro sino su alma, su personalidad, su carácter, sus dones.
Lo que es eterno es el amor, no el aspecto. Lo que es eterno es la voluntad de amar, no la autocomplacencia. Lo que es eterno es el valor de amar de manera desinteresada, y no egoísta. Lo que es eterno es el esfuerzo que hacemos para amar a otros de manera leal, y no sólo porque es conveniente. En otras palabras: amar es amar. Amar no es sentir algo por alguien y luego dejar de sentirlo. El amor no es un elíxir con efecto pasajero. Amar es un mandato de Dios, no solamente una opción.