La vida no puede consistir en los obstáculos que encontramos en el camino, sino en el triunfo que alcanzamos al superarlos. El cielo vale la pena, vale la vida…
Por H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C.
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.”
(Mc 8,27-35 / XXIV Domingo Ordinario B)
Hace unos días hablaba con algunas personas sobre la misión de Cristo aquí en la tierra. Contemplábamos el mal en el mundo y veíamos cómo Jesucristo vino para salvar al mundo, para librarnos de ese mal, para sanar esta enfermedad que nos afecta. Y esto me recordaba una típica queja que la gente le hace a Dios: ¿Por qué sigue costando tanto, por qué sigue siendo tan difícil, por qué sigo encontrando mal en mi vida, si estoy siguiendo a Cristo, si creo en Él, si le amo con todo mi corazón?
Claro, sería muy bonito poder decir “Creo, Señor” y que todo ya estuviera resuelto: libre de problemas, la vida ya hecha y el cielo asegurado. Es lo que nuestra comodidad humana suplica de rodillas… no, no es cierto: ponerse de rodillas sería demasiado pedir para nuestra pereza y falta de lucha. Todos quisiéramos recibir las cosas empaquetadas y con moño de regalo. Pero la vida no funciona así.
Lo que vale la pena cuesta: si no hay sudor y sangre, no vale. Esto aplica para las cosas humanas: ¿por qué no va a ser válido para las cosas espirituales, que son más importantes? Cristo prometió el 100 x 1… pero también dijo que el paquete venía con sufrimientos, persecuciones y dolor incluidos (cf.: Mc 10,29-30). Jesús vino a salvar al mundo, a sanar el problema del mal, a librarnos de este dolor: pero no quitándonoslo, sino enseñándonos a superarlo. La vida no puede consistir en los obstáculos que encontramos en el camino, sino en el triunfo que alcanzamos al superarlos. El cielo vale la pena, vale la vida… y Cristo ya dio su vida por nosotros: sólo falta que le demos la nuestra también.