¡Que se cumpla tu voluntad, Señor, y no la nuestra! ¡Llévanos a donde podamos ser útiles para ti!

Por Maleni Grider

Jesús nació en un pesebre, vivió sin tener donde recostar su cabeza y murió sobre un madero. Su cuerpo fue el contenedor de su gloria divina, pero nunca hizo de su cuerpo un ídolo. Su cuerpo fue el templo del Espíritu Santo, el pan de vida, el objeto del sacrificio que habría de traernos salvación. Sin embargo, Cristo dedicó su existencia a crecer en el Espíritu, a alimentarse del Espíritu, a vivir en el Espíritu, y no tanto a satisfacer las necesidades de su cuerpo, que al final habría de ser entregado por todos nosotros.

Jesús tuvo tentaciones, deseos, pensamientos, emociones, y todo lo que nosotros experimentamos, pero no sucumbió ante el pecado a través de éstos. Sometió sus deseos a la misión excelsa que su Padre le había encomendado. Sus días se enfocaron todos en la consecución de dicha empresa, porque la rebeldía no fue nunca una opción para Él. Amor, obediencia, humildad fueron su camino.

Luego de un año de esfuerzos indecibles por parte de mi esposo y mía, en la empresa de comprar una casa nueva para nuestra familia, tras muchos días y noches de oración, búsquedas incansables, citas, complicaciones, un huracán que llegó y alteró las circunstancias, y el éxodo hacia una nueva ciudad, las puertas permanecieron cerradas. Diversos eventos impidieron la compra de nuestra casa. Resultado: no tenemos casa. Las cosas no salieron ni como lo planeamos con tanto esmero y dedicación, ni como las deseábamos, ni como lo esperábamos.

Una tarde, cuando el brillo de los días de lucha e ilusión se extinguió, me encontraba en mi cama mirando los árboles por la ventana, con fiebre, y un desasosiego en el corazón. “Señor, no entiendo, después de todo este año juntos mi esposo y yo contigo en este proceso en el que Tú estuviste siempre presente, ayudándonos, abriéndonos caminos, aconsejándonos, proveyendo, protegiéndonos, e incluso sacándonos de Naples por el huracán para traernos a esta nueva ciudad en la que deseamos servirte, y luego de que tenemos la hipoteca aprobada, el dinero del enganche en el banco, y todo el tiempo disponible de estas semanas para realizar este proyecto, ¿cómo es que no ha sido posible? Padre, esto no hace sentido… ¿Podrías sólo darme una palabra? Yo me rindo a tu voluntad, Señor, pero por favor, dame una palabra…”.

En el silencio de la habitación vino a mi cabeza: “Entonces se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: ‘Maestro, te seguiré adondequiera que vayas’. Jesús le contestó: ‘Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza’”. Mateo 8:19 y 20.

Si yo le dije a Jesús que quería ser su seguidora, y si se supone que debo dejarlo todo por Él, ¿por qué me admiro hoy de no tener un lugar propio? Mi Señor no tuvo dónde recostar su cabeza, ni siquiera tuvo dónde morir, murió sobre un pedazo de árbol. Se acabó. Él es el Señor y yo sólo su sierva. La meta de nuestras vidas es ser sus servidores, así que adondequiera que Él nos envíe, y en las condiciones que Él nos mande, “yo y los míos, serviremos al Señor”.  (Josué 24:15)

Al final, aunque Jesús no buscó satisfacer sus deseos más que la voluntad de su Padre, Dios rescató su cuerpo muerto y lo hizo resucitar, luego lo glorificó y lo llevó al cielo, donde reinará por siempre. Asimismo, nosotros deseamos resucitar en gloria junto a Él, aunque ahora mismo, en este tiempo, en esta vida, nuestros deseos no se cumplan. Con el tiempo, Dios hará visible y audible el sentido de todo lo que hoy no hace sentido, porque una cosa es segura: Él no ha dejado de tener el control de nuestras vidas ni su amor ha cesado. Eso es todo lo que necesitamos para vivir. Y eso es todo lo que creemos para seguirle.

¡Que se cumpla tu voluntad, Señor, y no la nuestra! ¡Llévanos a donde podamos ser útiles para ti!