Cristo dio su vida por nosotros, al morir venció al pecado y, al resucitar, venció a la muerte.
Por Maleni Grider
Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios, esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies. Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica. Nos lo declara el Espíritu Santo. Después de decir: “Esta es la alianza que pactaré con ellos en los tiempos que han de venir”, el Señor añade: “Pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su mente. No volveré a acordarme de sus errores ni de sus pecados”. Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado. Así, pues, hermanos, no podemos dudar de que entraremos en el Santuario, en virtud de la sangre de Jesús; él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne. Teniendo un sacerdote excepcional a cargo de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, limpios interiormente de todo lo que mancha la conciencia, y con el cuerpo lavado con agua pura. Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió. Tratemos de superarnos el uno al otro en la forma de amar y hacer el bien.
Hebreos 10:12-24
La fiesta de la Pascua del pueblo de Israel conmemora la hora en que el Señor salvó a su pueblo de morir cuando el ángel de Dios llegó a Egipto para quitar la vida a todo primogénito de cada familia, debido a la necedad de Faraón, quien no dejó ir en libertad a los israelitas cuando Moisés se lo pidió de parte de Dios.
Los judíos sacrificaron un cordero por familia y pintaron su puerta con la sangre del mismo para que el ángel de Dios reconociera a los hijos de Israel y respetara la vida de sus hijos, tal como ocurrió aquella trágica noche. (Éxodo 12) Dios ordenó celebrar esta fiesta solemne cada año por siempre, a través de sus generaciones. Les pidió que comieran panes sin levadura para recordar cómo los sacó de Egipto luego de enviar esta plaga de muerte sobre la región, tras lo cual Faraón los liberó.
En aquel tiempo era necesario sacrificar un cordero para el perdón de pecados, porque este animal inocente era la víctima que tomaba el lugar del pecador, para derramar su sangre y expiar las culpas. Un inocente tomaba el lugar del culpable. Pero cuando vino Jesús, el Cordero de Dios, Él tomó nuestro lugar siendo inocente, y pagó nuestra deuda en un sacrificio donde derramó toda su sangre.
A partir de entonces, ya no es necesario que matemos animales inocentes ni derramemos más sangre para la remisión de pecados. Tan sólo es necesario creer y abrazar el sacrificio del Salvador en la cruz, arrepentirnos de corazón y comenzar a vivir una vida nueva, libres de Egipto (es decir, de la esclavitud del pecado), dejando el pasado atrás para alcanzar los propósitos eternos a los que hemos sido llamados.
“Y no fue la sangre de chivos o de novillos la que le abrió el santuario, sino su propia sangre, cuando consiguió de una sola vez la liberación definitiva. La sangre de chivos y de toros y la ceniza de ternera, con la que se rocía a los que tienen alguna culpa, les dan tal vez una santidad y pureza externa, pero con toda seguridad la sangre de Cristo, que se ofreció a Dios por el Espíritu eterno como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo. Por eso Cristo es el mediador de un nuevo testamento o alianza. Por su muerte fueron redimidas las faltas cometidas bajo el régimen de la primera alianza, y desde entonces la promesa se cumple en los que Dios llame para la herencia eterna.”
Hebreos 9:12-15
¿Y por qué tenía que haber derramamiento de sangre para la remisión de pecados? No es una idea arrebatada de un Dios sanguinario. Sino que no existe un mayor símbolo de la vida que la sangre. La vida de un cuerpo está en la sangre. De modo que, al dar su sangre, Cristo dio su vida por nosotros. Jesús es fuente de vida, no de muerte, ya que al morir venció al pecado y, al resucitar, venció a la muerte. Todo para que podamos tener vida, y vida en abundancia, lejos del pecado y de la condenación eterna que nos separa de Dios. El perdón nos lleva a la vida eterna, y también a la vida espiritual.
En este tiempo de Pascua, recordemos: ya no tiene sentido ofrecer sacrificios de sangre, pues ya Cristo hizo el sacrificio perfecto para salvarnos de la eternidad sin Dios. Ahora podemos venir a Él, con humildad y con un corazón contrito, en busca de su amor y su gracia, para recordar todo lo que Él hizo por nosotros.
La palabra en español Pascua, que proviene del latín pascae, que a su vez proviene del griego πάσχα (pasja), una adaptación del hebreo pésaj, significa “pasar”. Para el pueblo judío, la Pascua recuerda el paso de la esclavitud a la libertad (cuando cruzaron el Mar Rojo para huir de Egipto); para los cristianos significa el paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la culpa a la redención. ¡Aleluya!