Por Maleni Grider
Hay términos que sólo pueden tener la semántica específica, sin matices, en su propio idioma. “Timing” es uno de ellos. Que Dios siempre llega a tiempo es algo que muchos sabemos, creemos y en lo que ponemos toda nuestra confianza. Hace un par de meses, varios asuntos en mi vida se colapsaron, de pronto todo pareció salirse de lugar y de control. La sensación de inseguridad se incrementó cuando no pude ver la solución a diferentes situaciones. Por un momento pasó por mi mente: “Señor, ¿en verdad vas a llegar a tiempo?”, como si Dios estuviera en otro lugar del universo, sumamente ocupado, sin poner atención a mis necesidades. Por supuesto, esta imaginación es absurda, y lo único que hice fue renunciar enseguida a la temible carnalidad de mi pensamiento.
Sin embargo, en el ámbito invisible de mis emociones, todavía una sutil zozobra se agitaba. La lucha interior consiste en creer que, en vez de mejorar, todo empeorará y viviremos una pérdida. Esto ocurre en el mundo terrenal, material, humano, el único que podemos ver o confirmar con nuestros sentidos. Pero en la dimensión espiritual las cosas son muy diferentes. El tiempo, a veces, lo es todo. Cuando nos encontramos en un momento difícil y pedimos a Dios su ayuda, confiar en Su tiempo es el reto.
En la vida íntima de nuestra familia hemos visto vez tras vez las cosas retrasarse. En pocas ocasiones las cosas se han adelantado, especialmente no cuando deseábamos que algo ocurriera pronto. Por el contrario, en varias ocasiones, tuvimos que esperar pacientemente. Parece ser que Dios trabaja a menudo con nuestras emociones y deseos. Después de algún tiempo, en perspectiva, siempre hemos podido comprobar que todo ocurrió en el mejor momento, y que toda demora tuvo una razón, nos preservó de algún desastre o nos trajo algo mejor.
Es difícil narrar cada una de esas experiencias, pero, por hoy, puedo decirles que se ha demorado el comprar una casa, se ha pospuesto un viaje a México, se han cancelado varios contratos de renta y venta de sitios en los que hemos tenido que habitar temporalmente, se han aplazado varios recursos financieros, se ha demorado la realización de sueños concretos, en fin, se han retrasado asuntos importantes de los que depende el bienestar de nuestra familia. Sin embargo, el timing de Dios ha sido perfecto. En lo personal estoy impresionada por la manera tan exacta en que las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir, de acuerdo con la voluntad del Señor.
Muchos sucesos son inexplicables en ciertos momentos o etapas, pero todo cobra sentido luego de pasar exitosamente la prueba de la paciencia. Parece haber una correspondencia directa entre la paciencia y el timing correcto. Y también existe una correlación entre las decisiones impulsivas y el desastre. Una cosa es segura: Dios no trabaja al ritmo de nuestros deseos, ni mucho menos se apresura a cumplir nuestros caprichos. Si bien, cuando nos fiamos de Él, nos concede los anhelos de nuestro corazón (según su palabra en Salmos 37:4), Él tiene su propio tiempo para hacerlo.
A veces, lo que interpretamos como un “no” de Dios es sólo un “después”. En el curso de los días, las circunstancias pueden estrecharse y apretarnos, pero al resistir en toda firmeza podemos confiar en que Dios no nos abandonará ni olvidará nuestra provisión, ya sea emocional, física o financiera. En el Reino de Dios, todas las cosas se cumplen en su tiempo. Dios lo creó todo en su tiempo, Él sacó a su pueblo Israel de la esclavitud en su tiempo; envió a sus profetas en su tiempo; se hizo hombre en la persona de Jesús cuando era el tiempo; Cristo ministró y murió en el tiempo preciso; la Iglesia y la gracia tienen un tiempo de existencia; y Jesús, el Rey, volverá por segunda vez en su tiempo.
Timing es lo que más importa. En toda situación de tu vida, si pones toda tu fe en Dios, Él llegará siempre a tiempo.