Ahí, en el límite del dolor, en la puerta de la desesperación, Jesús nos espera. A sus pies encontramos el consuelo.
Por Maleni Grider
“Cuando nuestro ser corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida por la immortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria tan grande! La muerte ha sido devorada. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”
1 Corintios 15:54-55
Desde hace varios meses, mis oraciones han estado bañadas en lágrimas. Una aflicción en el cuerpo invadió poco a poco mis días. Pero también, poco a poco, mis noches con Jesús se hicieron más largas y profundas. Mientras pedía sanidad, encontraba respuesta y consuelo para muchas otras situaciones urgentes en mi vida. Algunas veces vi amanecer. El temor no es un amigo, el temor no viene de Dios, porque “el perfecto Amor echa fuera el temor; el temor lleva en sí castigo” (1 Juan 4:18).
El temor es tortura, destrucción, muerte. La fe es paz, fortaleza, vida. El temor es un arma que el enemigo usa contra nosotros. Lo que él no sabe es que nos pone de rodillas. Ahí abajo encontramos a Dios, en la profundidad de las tinieblas encontramos la luz del Salvador. No poder comer, respirar ni reír nos lleva a buscar la misericordia de nuestro Creador. Ahí, en el límite del dolor, en la puerta de la desesperación, Jesús nos espera. A sus pies es donde encontramos el consuelo, la fuerza para seguir. En sus ojos se encuentra la paz, en su voz está la claridad. Todo hace sentido, incluso el sufrimiento.
En nuestros días y noches, en lo bueno y en lo malo, Cristo sigue siendo Señor. Soberano en el cielo y en la tierra. Su amor no puede ser cambiado con la aflicción humana. Cuando estamos en medio de la batalla, recordamos que la victoria ya se ganó. En esa colina, ahí, en la cruz del Calvario, la victoria se ganó, Jesús pisó al pecado y a la muerte. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”. El triunfo de la Resurrección se ganó con sacrificio. Jesús lo perdió todo; nosotros lo ganamos todo.
La cruz nos da perspectiva: el amor de Dios es eterno, el dolor es pasajero. Hoy tenemos salvación gracias a su sangre preciosa, y las aflicciones de este mundo, nuestros más grandes pesares, no son nada comparados con la gloria de la vida eterna. Las noches en Getsemaní son largas, parecen eternas, pero pronto pasan. Las sombras, las angustias, los diagnósticos, el frío, la soledad, la traición, la desolación, todo quedará atrás. Por fe, sabemos que Jesús vendrá en nuestro rescate, nos ayudará, Cristo no nos abandonará como a Él lo abandonaron, porque Él es fiel.
La fe no es un sentimiento. La fe es una decisión, un acto consciente de la voluntad. Elegimos creer o no creer. La fe se sobrepone a toda emoción, y también a toda racionalidad. La fe es locura para el mundo “Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: ‘Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entondeció Dios la sabiduría del mundo?’ De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación” (1 Corintios 1:18-21).
Como José el Soñador en el pozo, como Job en su enfermedad, como Pablo con su aguijón, como Pedro en la cárcel, como Daniel en sus diversas pruebas, como David en el valle donde enfrentó a Goliat, me postro ante mi Dios, espero en Él, confío, me humillo ante Él, lo obedezco y pido que su voluntad sea hecha sobre mi vida. Yo sé que mi Redentor vive, sé que su luz iluminará las tinieblas. Estaré quieta y el Señor hará.
Jesús es mi Señor, mi Salvador, mi Sanador, mi refugio, mi roca fuerte. No temeré porque Él está conmigo. Esperaré por su rescate, pondré toda mi confianza en Él. Descansaré en sus brazos, andaré por fe, viviré con su paz, esa que sobrepasa todo entendimiento, buscaré su presencia, dependeré completamente en Él, creeré en sus promesas, entregaré todo lo que soy y todo lo que tengo, dejaré mi carga y mi sufrimiento a sus pies. Renunciaré a la duda y exaltaré mi fe. ¡Señor mío, y Dios mío, solo en ti confío!