Regnum Christi México

Trilogía del dolor y la fe (Parte II)

Regnum Christi

Por Maleni Grider

Jesús le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús.
Mateo 14:29

¿Cómo es que un día, luego de muchos meses de dolor en el cuerpo, pude tener gozo en el corazón? ¿Cómo es que las noches oscuras de soledad se iluminaron de pronto? La oración persistente, la búsqueda constante, el abandono en los brazos de Dios me condujeron al silencio. En el silencio escuché al Espíritu, y un día, mientras vivía un día normal, salí de la tienda, me metí en mi auto y, de pronto, Jesús me visitó.

Cuando tuve las noches más angustiosas, las más incomprensibles, las más vacías, el Señor estuvo más cerca que nunca. Me sostuvo. A veces me arrulló mientras yo simplemente caía dormida, agotada por la batalla. No sé cuántas lágrimas cayeron, ni cuántas quedarán por caer, pero sé que, en cada una de ellas, Jesús estará mirándome con sus ojos de amor.

Y mientras todo esto acontecía y la persecución se intensificaba, Jesús me decía: “Maleni, no te hundas, camina sobre las aguas…, mantén tu mirada en mí, ven a mí”. La tormenta era fuerte, las aguas violentas, pero Él me decía: “Aquí estoy, frente a ti, no mires a las aguas profundas, no mires los vientos, no escuches el sonido de los truenos ni pongas atención al peligro, no intentes aferrarte a tu barco, olvida tu dolor y no temas, abandona el barco, camina sobre las aguas y ven a mí…”.

Puse mis ojos en Él, en su hermoso rostro. Noche tras noche, día tras día, Él me dio su mano, me dio su Palabra. Recorrí las calles de Jerusalén, el mar de Galilea, Samaria, Betania, Belén, Getsemaní, el monte de la cruz, y pude oler el humo de la fogata y el pescado que Jesús, ya resucitado, cocinó en las brasas para sus discípulos, los miré desde lejos, entendí que eran amigos, no sólo siervos, y entendí que yo también soy su amiga. También a mí Él me espera a la orilla del mar cada noche, para cenar, para hablar conmigo, para escucharme, para enjugar mis lágrimas, acariciar mis cabellos y serenar mi alma, mi insignificante desolación. Todo, estando junto a Él, se hace polvo, se disuelve. Y no hay nada alrededor sino su amor, su poderosa presencia.

“Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo.”
Hebreos 12:1-3

De todas las batallas y tormentas de mi vida, esta es una más. Y mi Dios no me abandonará. La alegría de mi corazón no responde al dolor sino a la fe. El gozo proviene de Él. Cuando aquel día, al salir de la tienda, Él me visitó, su presencia fue tan real como la de mi hija, que iba sentada en el asiento trasero del auto, tal real como cuando, hace treinta y cuatro años, le conocí y entró en mi corazón. El Señor me acarició, llenó el auto con su precioso aroma: “No tengas miedo, estoy aquí; yo siempre te protegeré… Descansa, cumpliré mi plan en ti, mi vida di por ti en la cruz”.

Por la sola memoria de ese momento podría vivir para siempre. El dolor y la fe nos conducen al Señor. Él nos consuela hora tras hora y, eventualmente, nos encuentra en el camino. Nos satura con su presencia. Su gracia nos alcanza. Su amor nos rescata y nos arrebata de las garras del infierno. Nos hace sonreír en medio del desierto. Nos alumbra de noche, nos da sombra en el día. Nos sacia, nos da de beber. Y prepara una fogata para nosotros.

“Vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado.”
Juan 16:22-24

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