Reflexiones para una Navidad inigualable
Por Maleni Grider
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Juan 13:1
La Navidad es celebrada en muchas partes del mundo, de diferentes maneras. Cada persona o cada familia tiene una forma particular de concebir y festejar la Navidad. Sin embargo, es casi universal el hecho de reunirse en familia, compartir una cena especial y repartir regalos. También puede haber vacaciones en algún lugar turístico o de descanso; hay quienes adornan árboles de Navidad, compran hermosas decoraciones para su casa y llevan caridad a los pobres.
Todas estas formas de celebrar la Navidad son bellas y aceptables. Y si en el corazón tenemos claro el significado de esta fecha tan especial, no hay ningún problema. Jesús, el Cristo, nació en Belén, de una virgen. Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. El Reino de los Cielos llegó a la tierra y fue establecido por el Salvador del mundo. Jesús trajo salvación, redención y gracia a nuestra vida. ¡Eso es lo que celebramos!
La manera en que lo hacemos es algo que cada familia o individuo debe decidir. Definitivamente, como seguidores de Jesús, nuestra Nochebuena se desarrolla alrededor del Señor, y podemos hablarles a los niños de la estrella de Belén, los pastorcillos, el pesebre, la participación del Espíritu Santo, el sacrificio extremo de María y José, los sabios que vinieron del oriente a adorar al Rey, las profecías que se cumplieron esa noche, etcétera.
Y es importante que meditemos: ¿cómo queremos celebrar la Navidad? ¿Qué es lo más valioso de esta noche de paz? Porque en ocasiones nos enfocamos más en las cosas que no son importantes, que en las de verdadera trascendencia. Preguntémonos: ¿Y si esta fuera nuestra última Navidad, cómo sería nuestro festejo? ¿Qué haríamos? ¿En qué invertiríamos esas horas?
Jesucristo tuvo una última cena con sus discípulos. Siempre me ha impactado leer los últimos capítulos del evangelio de Juan, cuando el Maestro, el Rey del cielo, tenía que despedirse de sus amigos, aquellos que estuvieron con él noche y día durante tres años. ¡Qué difícil debe haber sido para Él ese momento! ¡Cuántas cosas habrá querido decirles! ¡Cuántas emociones lo habrán embargado! El apóstol Juan dedicó muchas páginas (que con los siglos se configuraron en cinco capítulos de la Biblia), a narrar lo que ocurrió aquella noche, antes del arresto de Jesús, cuando éste les habló de tantas cosas importantes a sus discípulos, mientras Judas se encargaba de entregarlo.
Si esta fuera nuestra última cena de Navidad, ¿acaso gastaríamos tantas horas de compras en las tiendas? ¿O ataviándonos? ¿O tomaríamos esa ocasión a la ligera si fuera la última Nochebuena? Pienso que gastaríamos cada hora, cada minuto, cada segundo hablando y expresando nuestro amor a aquellos que han vivido con nosotros toda nuestra vida. Les daríamos el amor más puro, y les entregaríamos a nuestros hijos las lecciones y enseñanzas más profundas.
¿Qué haremos esta Navidad? ¿Qué daremos a nuestros seres amados? ¿En qué invertiremos nuestro tiempo? Asegurémonos de vivir la mejor Navidad de nuestra vida, y de dar lo mejor de nosotros mismos, en nombre de Aquel que nos amó hasta el extremo.
Quizá no sea la última cena de Navidad que tengamos, pero sí la primera a la que le demos todo el honor y la importancia que merece.