Nacido en el pequeño pueblo de Santa Inés, Michoacán, el 7 de febrero de 1947, el P. Salvador creció rodeado de una fuerte tradición religiosa, con varios sacerdotes en su familia, pero fue el ejemplo humilde y apasionado del párroco de su comunidad lo que encendió en él la llama de la vocación misionera.
“Ver al sacerdote del pueblo irse con un par de caballos a celebrar la misa en las comunidades más alejadas fue el testimonio del cual me enamoré”, recuerda el P. Salvador. Su niñez estuvo marcada por la influencia de este sacerdote, cuya dedicación a llevar la Eucaristía a los rincones más remotos, junto con las historias de misioneros compartidas por las religiosas de su colegio, despertaron en él un profundo deseo de seguir los pasos de Cristo.
A los 12 años, con la aprobación de sus padres, ingresó a la Apostólica, iniciando así su camino de discernimiento vocacional. “La Apostólica se convirtió en mi casa”, comenta con una sonrisa al recordar esos años llenos de aprendizaje, camaradería y fe.
Su formación lo llevó a Salamanca, España, donde a los 17 años inició el noviciado. Estos años fueron cruciales para su desarrollo espiritual y académico. Tras completar su noviciado, regresó a México como formador de jóvenes que estaban por ingresar al noviciado, un tiempo que recuerda con especial alegría.
El P. Salvador continuó su formación en Roma, donde estudió Filosofía y Teología, recibiendo tareas apostólicas cada vez más demandantes, como su trabajo en la Universidad del Mayab como secretario general.
Finalmente, el 15 de agosto de 1984, después de años de dedicación y servicio, fue ordenado sacerdote. Desde entonces, su vida ha estado marcada por un incesante servicio apostólico, desde ser nombrado director territorial en México, hasta enseñar durante casi dos décadas en Salamanca y trabajar en Tierra Santa como guía.
En la actualidad, el P. Salvador se encuentra en Monterrey, satisfecho con el apostolado realizado en una sociedad que describe como “noble y con un espíritu empresarial que genera economía para todo el país”. A pesar de las dificultades, su fe y su compromiso con la misión permanecen inquebrantables.
“A medida que pasan los años, confirmo cómo el Señor sigue protegiéndonos y eligiéndonos pese a nuestras debilidades”, reflexiona. Hoy, más que nunca, el P. Salvador es un ejemplo vivo de cómo la vocación sacerdotal, cuando es genuina, se convierte en una misión de vida que trasciende fronteras y épocas.