“Esta es nuestra vocación desde un principio y la hemos vivido con alegría y convicción”
Iliano y Luciana llevan 47 años casados, tienen cinco hijos y once nietos. Él es italiano y ella francesa, y han pasado la mayor parte de sus vidas en México viviendo su vocación de “Misioneros Permanentes”, lo que hasta la renovación del Regnum Christi se conocía como “Segundo grado, tercer matiz”. Este medio siglo de entrega ha sido un tiempo fecundo y de gracia, y si tuvieran que volver a escoger esta vocación dirían que “sí”, porque: “Es una vocación auténtica que nos ha permitido servir a la Iglesia a través de la Legión y el Movimiento y hemos visto crecer todas esas semillas que Dios nos ha entregado para sembrar en su campo”.
A lo largo de estos años, Iliano y Luciana han vivido esta vocación allí donde se les ha necesitado, haciendo de su profesión, de su formación y de su tiempo una entrega a Cristo y su Iglesia. “Esta total disponibilidad a través del Regnum Christi, nos llenaba el espíritu y nos hacía experimentar la verdadera felicidad”. “Esa experiencia -nos cuenta Iliano Piccolo- la vivieron también nuestros hijos y hoy lo reconocen”. El matrimonio fundó o colaboró desde el principio en apostolados como la Escuela de la Fe, el CEFID, el Pontificio Instituto Juan Pablo II, en Monterrey, el Himalaya Internacional School y el Instituto Highlands Internacional School, ambos también en Monterrey, y así un largo etcétera. Actualmente, Iliano es Coordinador de Formación Humanística en la Secretaría Ejecutiva de la Universidad Anáhuac (SERUA), y Luciana consultora de formación y pastoral en algunos colegios del Regnum Christi en México.
¿Cómo conocieron la vocación de los Misioneros Permanentes?
Estuve en la Legión ocho años y medio, de 1963 a 1971. En este año el fundador quiso que asistiera al cursillo sobre el Movimiento Regnum Christi impartido en Monticchio (Sur de Italia). Terminando éste, regresé a mi casa al norte de Italia. Tres años después, el mismo fundador me invitó a ir a Estados Unidos para estudiar una maestría en Educación y, luego, viajar a México. En ese momento tenía a Luciana de novia y le pedí me esperara para poderme casar con ella. Durante estos años estuvimos en contacto permanente con una comunidad de legionarios que se estableció en la ciudad donde vivíamos (Conegliano Véneto, Treviso). Este contacto nos ayudó a seguir viviendo el espíritu del Regnum Christi de acuerdo con el grado de entrega correspondiente al segundo grado tercer matiz. Podemos decir que desde 1974 conocimos y aceptamos nuestra vocación al segundo grado tercer matiz.
En 1979 viajamos a México con dos bebés, uno de casi dos años, y el otro de cuatro meses. Luciana, desde un principio, compartió conmigo los anhelos misioneros que posteriormente nos llevarían a dejar Italia y venir a México. Incluso fue ella quien me dio la fuerza y el impulso ante las dudas que llegué a tener en el momento de tomar la decisión definitiva.
¿Qué recuerdos tienen de aquella época cuando llegaron a México?
Recuerdos innumerables y de todo tipo. Vivíamos la alegría de sentirnos parte de una familia, cuyos miembros nos reconocían como hermanos y nos invitaban a colaborar con ellos. Inolvidables son los recuerdos de nuestras idas a la Prelatura de Chetumal para impartir cursos a los catequistas, para formar las formadoras de catequistas en la Escuela de la Fe. No nos pesaban tanto las restricciones económicas, porque siempre había una mano amiga que nos socorría en nuestras necesidades básicas. Y hay mucho más que no cabe en estos renglones…
¿Cuál fue su primer destino misionero? ¿Qué hacían allí?
La Escuela de la Fe en la Ciudad de México. Yo fui nombrado subdirector y, junto con el director, un sacerdote legionario, empezamos a expandirnos en todo México y el sur de Estados Unidos. Hasta ese momento, la Escuela de la Fe consistía en un edificio –en Lomas de Chapultepec– donde se impartían una media docena de cursos a un pequeño grupo de señoras, la mayor parte de ellas pertenecientes a Reino.
La expansión dio vigor y vitalidad a la Escuela de la Fe, y ésta empezó a conocerse en el ámbito de las iglesias locales, de los párrocos y obispos. Elaboramos un plan de estudios para la formación de formadores en la fe. Luciana, cada vez que podía, me acompañaba a las sedes nuevas e impartía varios cursos. Por mi parte, en estos diez primeros años, viajaba un promedio de diez días al mes, causando con ello un gran sacrificio para Luciana y los tres hijos chiquitos.
¿En qué otros destinos han estado?
En 1989, el fundador me pidió crear una institución dentro del Regnum Christi, el Centro de Formación Integral a Distancia (CEFID), que pudiera formar por correspondencia en especial a los parientes y amigos de los legionarios, consagrados y consagradas que vivían alejados de las comunidades legionarias. Se estableció una red de distribución por correo, se elaboraron cursos con la metodología a distancia, se imprimieron y, desde una oficina en Monterrey, los enviábamos a quienes se inscribían. Luego recibíamos las tareas que nos reenviaban los inscritos, las corregíamos y les ofrecíamos la debida retroalimentación.
El CEFID se estableció en todo México, y me tocó fundarlo también en Brasil, Chile, Cuba y España. En 1992, mientras seguía en el CEFID, fui nombrado director de la Sede del Pontificio Instituto Juan Pablo II en Monterrey, donde estuve casi 17 años.
Por su parte, Luciana, además de apoyarme desde un principio en la Escuela de la Fe y luego en el CEFID, fue encargada por el director territorial de Monterrey, el P. Antonio Herrero, L.C., de fundar el Himalaya Internacional School y luego el Highlands Internacional School, uno en el municipio de San Pedro Garza García, y el otro en el de Monterrey.
¿Pasado este tiempo, qué recuerdos les quedan del estilo de vida de misión y disponibilidad permanente a Cristo y a la Iglesia a través del Regnum Christi?
Nosotros, desde que llegamos a México, vivimos radicalmente el reglamento de los miembros de segundo grado tercer matiz. Lo vivimos espiritual, laboral, apostólica y económicamente hasta ahora. Tengo que reconocer que las promesas que nos fueron hechas al momento de dejar Italia, no se cumplieron cabalmente. Sin embargo, la Providencia se encargó de regalarnos todo lo necesario para vivir dignamente, en austeridad y sencillez. Estar a la total disponibilidad de la Iglesia, a través de la Legión de Cristo, nos llenaba el espíritu y nos hacía experimentar la verdadera felicidad. Esa experiencia la vivieron también nuestros hijos y hoy lo reconocen. Podría describir todo esto con un sinfín de anécdotas.
Cuando, recién llegados a México, le pregunté a mi director de sección del Regnum Christi si tenía que incorporarme al segundo grado tercer matiz, él se resistió y me dijo: “¿Para qué? Ustedes viven esa vocación desde antes que llegaran a México”. Solo posteriormente tuvimos esa ceremonia de incorporación.
En los momentos difíciles, que existen en todas las vocaciones, ¿a quién se agarraron? ¿Quién les acompañó como familia y como vocación en este camino?
Desde un principio y en medio de muchas dificultades económicas, sociales y humanas, fue el P. Michael Ryan, L.C., director de la sección de señores de México, quien nos ayudó a superar las dificultades.
Y en Monterrey, fue el P. Antonio Herrero, L.C., quien estuvo a nuestro lado en todo momento. Nadie más que ellos jugaron un papel tan significativo al respecto. Es cierto que tuvimos muchos amigos legionarios y miembros consagrados a lo largo de estos años, pero con el paso del tiempo fueron alejándose por diferentes motivos y circunstancias. Los amigos de verdad allí están presentes, aún hoy, junto con algunos seglares que nos han acompañado siempre durante nuestra vida en México.
¿Por qué tras la renovación que ha experimentado el Regnum Christi continúan siendo Misioneros Permanentes?
La razón es muy sencilla, porque esa ha sido nuestra vocación desde un principio. Eso hemos vivido con alegría y convicción, aunque en este momento no nos reconocemos del todo en el reglamento actual de los laicos, ni siquiera el de los misioneros permanentes creemos que refleja cabalmente esa vocación.
¿Volverían a decir que ‘sí’ a la vocación de misioneros permanentes?
Seguramente diríamos que “sí” a esta vocación como la hemos recibido y como Dios nos ha permitido y ayudado a vivir hasta hace algunos años; porque reconocemos que es una vocación auténtica; porque nos ha permitido servir a la Iglesia a través de la Legión y el Movimiento; porque hemos visto crecer y desarrollarse todas esas semillas que Dios nos ha entregado para sembrar en su campo. Quizás, todo lo que nos ha sucedido últimamente y nos está sucediendo en estos momentos, es un ulterior llamado de Dios para mirar a Él como fin último y meta suprema de nuestra vida. Los hombres, las instituciones, las obras pasan, pero Él permanece ahora y siempre.