Parejas de Dios: no evadan los conflictos, afróntenlos. Pero escojan siempre el tiempo, el tono y el lugar adecuados para hacerlo.
Por Maleni Grider
“Hermanos muy queridos, sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar y enojarse, pues la ira del hombre no realiza la justicia de Dios.
Santiago 1:19-20
Este verso escrito por el apóstol Santiago (cuya impresionante epístola creo que deberíamos leer todos los días) encierra secretos clave para la resolución de conflictos en el matrimonio. En otras palabras, este siervo de Dios nos dice: escuchen atentamente; no interrumpan, refrenen su boca; no se enojen, sean cordiales.
Hablar sin escuchar nunca funcionará en una pareja. Así que, abre tus oídos y tus ojos, dispón tu corazón, y escucha lo que tu pareja tiene que decir. No hables sin antes escuchar. Tus propias palabras atropellarán la conversación y ésta se convertirá en discusión antes de lo que imaginas.
Aprende a amar a tu pareja con los oídos, los ojos y la boca. Evita a toda costa los siguientes 7 juegos cuando converses con tu ser amado:
No juegues al “juez”. No te pongas en la posición de ser tu quien juzga a ambos y emite los veredictos. No le eches la culpa al otro, no lo condenes, habla en primera y no en segunda persona
No juegues al “profesor” actuando con superioridad ante tu pareja, no ataques su autoestima ni subestimes su inteligencia. No la insultes queriendo “enseñarle” lo que debe ser. Cada uno tiene su propio punto de vista y su propia sabiduría.
No juegues al “psicólogo”. No analices ni evalúes ni diagnostiques a tu cónyuge. No somos Dios para saber lo que hay dentro de la otra persona. Mejor trata de entender al otro, intenta con todo tu corazón ver sus motivos.
No juegues al “historiador”. Un día un hombre me dijo: “Cuando discutimos, mi mujer se pone histórica”. Yo le respondí “Querrás decir histérica”. Me dijo “No, histórica. Me recuerda cosas que sucedieron hace años”. Por lo que más quieras, no cambies el tema para agregar culpa en el otro, no compliques la discusión sacando a relucir errores del pasado. Enfócate.
No juegues al “dictador”. No digas cosas como: “¡En mi casa no se hace esto o aquello!”, “¡Te exijo que…!”. No uses la fuerza verbal o física. No amenaces. No uses ningún ultimátum. Usa palabras dulces, no “advertencias”. La dictadura es cruel, merma la dignidad de la otra persona.
No juegues al “crítico”. No critiques ni compares a tu pareja con nadie. No hagas mofa de su físico, eso la destruirá. No hagas énfasis en sus carencias, sean cuales sean, pues así no la ayudarás a mejorar.
No juegues al “predicador”. No asumas la posición del “más santo” ante tu pareja. No intentes ser su conciencia ni juegues a ser el Espíritu Santo. No te creas más sabio ni utilices la Palabra de Dios para aleccionar. Comparte la Palabra de Dios con tu pareja, pero no la “regañes” con ella.
Parejas de Dios: no evadan los conflictos, afróntenlos. Pero escojan siempre el tiempo, el tono y el lugar adecuados para hacerlo. Usen su sentido común para ello. No intenten hablar antes de un evento familiar, antes de entrar a la iglesia, antes de dormir, cuando ambos están enojados, etcétera. Planéenlo juntos y siéntense a hablar tranquilamente, sin prisas ni gritos ni gente alrededor. No cedan en todo para evitar la confrontación, eso incrementará el resentimiento y agravará los conflictos. Deben hacer acuerdos, comprometerse a ellos y respetarlos. No usen la agresión, no se ataquen uno al otro. Hablen en amistad y amor. El sarcasmo es sumamente destructivo, aniquila la voluntad de la otra persona para expresarse o resolver los problemas.
Adáptense. No intenten cambiar a su pareja sino procuren cambiarse a sí mismos, de esa manera el otro tendrá que reaccionar al cambio, y las dinámicas se alterarán a favor de ambos. Acepten aquello que objetivamente la otra persona no puede cambiar. Resistirse a la aceptación provoca mucha frustración. Ajústense el uno al otro. Al cambiar, ambos se ajustarán naturalmente. Cediendo un poco se aproximarán y no se alejarán. En la guerra, ambos perderán; en el acuerdo, ambos ganarán.
Aprendan a escuchar primero, a refrenar su lengua y a no enojarse. Sean amables el uno con el otro cuando hablen o discutan cualquier situación. El apóstol Santiago era un hombre muy sabio. El Espíritu Santo inspiró la epístola que nos dejó. Así que, sus consejos son garantía.